Relato derivado de "A donde me lleve la vida", en algún punto tras los eventos del epílogo.
Advertencias: Contiene sexo explícito. Si no les gusta leer de esto, les recomiendo que mejor lo ignoren, o al menos esa parte en particular.
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Podía sentir el agua correr en la ducha del baño.
Álvaro solía contar el tiempo cada vez que Lidia llegaba del trabajo; si el agua sonaba mucho era que esa noche no la había pasado bien en la ruta. A menudo se preguntaba si alguna vez la había pasado bien.
Ella había agarrado la costumbre de bañarse ni bien llegaba; si él estaba ya levantado, le regalaba una sonrisa cansada, le daba un pico en los labios y se metía directo al baño, antes de mirar a Santiago desde el marco de la puerta. Después salía aliviada y, si había tiempo y él no tenía que correr al laburo, entonces le daba un abrazo y un beso más cariñoso para despedirse y desearle una jornada ligera.
Le había dado muchas vueltas a ese asunto, pero se sentía incapaz de hablar con ella sobre los riesgos que corría en la ruta. No quería darle muchas vueltas, pero cada noche lo hacía al despertar y cada domingo era peor, porque él no tenía que levantarse a ir a laburar y simplemente estaba ahí, esperándola. No quería pedirle que dejara la ruta, ella ya se lo había dicho una vez y era suficiente para que lo entendiera: era lo único que conocía. Además, necesitaban esa guita; estaban ajustadísimos con los gastos del cementerio, el sepelio, los pañales, la leche de Santi y los gastos de siempre.
Álvaro sabía que eran sus gastos, que a Lidia no le correspondía poner un solo peso para ninguna de esas cosas, pero el solo hecho de insinuarlo le había alcanzado para que ella le frunciera las cejas de forma recriminatoria. «Estamos juntos en esto —solía decirle—, no pienses en esas tonterías. Yo te quiero ayudar».
Dejó de sentir el agua correr y la escuchó sacar cosas del botiquín. Pasó un rato más y después la sintió abrir la puerta del baño; Álvaro cerró los ojos de inmediato haciéndose el dormido, porque sabía que ella caminaba descalza hasta el dormitorio para no despertarlo y capaz podía verlo cuando se acercara lo suficiente.
Sintió su perfume de flores de nuevo, mezclado con olor a jabón; ella le pasó su mano por la cintura, para acariciarle con los dedos su pecho desnudo, mientras se pegaba bien a él. Álvaro se movió un poco más para el lado de Santi y le hizo más espacio para que estuviera cómoda, entonces ella le dio un beso en la espalda y se le volvió a pegar.
A Álvaro le costaba cada vez más quedarse quieto cuando le sentía sus lolas en su espalda, sin nada más que separara la piel de los dos más que la fina tela del pijama que ella usaba, ya que él no se veía capaz de dormir en verano con algo más que sus calzones; lo mismo le pasaba cuando ella le pegaba las caderas en el culo y le metía una pierna entre las suyas, se ponía muy nervioso, raro, incómodo e inquieto, por eso siempre se hacía el dormido los días que él no tenía que ir a trabajar y podían estar los tres juntos en la cama.
Ella suspiró hondo y le repartió dos besos más en la nuca, para después quedarse apoyada ahí, dejándole sentir su respiración. Álvaro abrió los ojos, pasado un rato, y miró frente a él la carita angelical que tenía Santiago mientras dormía. Sintió algunos pájaros cantar a lo lejos y una moto pasar rompiendo la quietud por un momento, el chillido del ventilador que estaba medio destartalado funcionando en la esquina de la pieza, llevándole cada tanto el perfume de Lidia más fuerte en cada ráfaga cuando apuntaba a ellos, y los suspiros de su sobrino frente a él. Estaba empezando a aclarar ya.
Intentó dormir un poco más, pero estaba inquieto, angustiado. No podía evitarlo, cada tanto le agarraba. Intentaba no pensar mucho en la Lu, pero a veces ni siquiera pensaba en ella en concreto y había algo que le cerraba el pecho. Esos momentos de quietud, esos momentos de silencio. Esos momentos en los que no hacía nada y la vida le frenaba un poco el carro. Lidia le decía que era que se estaba cerrando a aceptar lo que había pasado, que tenía que dejarlo fluir, hablarlo, soltarlo mediante palabras con ella o con los pibes. Pero por más esfuerzo que hacía, no le salía. Lidia le decía que tenía que empezar a perdonarse a sí mismo, pero que se tomara su tiempo, su espacio.
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Miradas sueltas
General FictionRecopilación de relatos cortos e independientes de varios personajes de mis escritos.