Relato derivado de "A donde me lleve la vida", en algún punto tras los eventos del epílogo.
Advertencias: Contiene sexo explícito. Si no les gusta leer de esto, les recomiendo que mejor lo ignoren, o al menos esa parte en particular.
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Su vida siempre había sido muy inestable. Había cambiado mil veces de rutinas, hogares y gente que la rodeaba, pero había algo que siempre había mantenido: su trabajo en las calles. Ahora el cambio llegaba hasta en eso y se sentía perdida, desorientada y sin saber de dónde agarrarse. Pero quería mucho ese cambio, no solo por ella, sino también por ese hombre que tenía ahí en la cama y ese bebé precioso que estaba durmiendo en la cuna.
Esa noche no estaba pudiendo pegar ojo. Estaba medio mareada porque todavía le estaba costando mucho cambiar sus horarios de sueño. Tenía puesta una campera ancha y calentita de Álvaro, y se había puesto a tomar té mirando por la ventana de la sala para ver si distinguía alguna sombra de entre las calles. Le había empezado a agarrar miedo del afuera, especialmente en las noches. Ya todo el barrio se había enterado quién era y qué lazo tenía con los Godoy, y ellos no estaban contentos de que hubiese vuelto para mancharles el apellido. Pero el Negro no arrugaba, cuando se los había cruzado los había mandado bien a la mierda y más de una vez habían terminado a las trompadas y patadas en el medio de la calle. Después caían sus amigos al enterarse del quilombo y empezaron a mover a sus contactos, para plantar la cara y que se enterara todo el barrio que con ellos no se jodía.
Lidia no podía más de la preocupación, la culpa y la vergüenza de causar todos esos problemas y rivalidades, pero el Mono siempre le decía "se meten con uno de nosotros y saltamos todos", y se sentía raro que le acobijaran tanto. Se sentía raro empezar a conocer otra faceta de Álvaro y sus amigos. Eran muy protectores entre sí, una familia muy hermosa, pero de la que tener cuidado con ofender.
Se fue al pasillo y lo vio dormir medio desnudo en la cama, así que se acercó para ir a taparlo y evitar que se enfermara. Álvaro era un hombre hermoso y muy dulce, no se podía explicar lo mucho que lo amaba. Solo una vez se había enamorado tan fuerte, y había sido cuando todavía era muy jovencita. Hacía mucho que no pensaba en Julio. Se tocó el dedo anular con inercia, pese a que ya hacía mucho había dejado de usar su anillo. Aun así, todavía conservaba su apellido con orgullo.
Los perros de la cuadra empezaron a ladrar, así que volvió rápido a la ventana. Pasó alguien por el medio de la calle, encapuchado y con visera, con las manos en los bolsillos y apretando el paso, entonces los perros se embravecieron más a lo ancho de Costa Esperanza. Lidia tuvo que seguir mirando los recovecos, para ver si esa figura volvía o se quedaba rondando por ahí. De repente, se acordó del loco Soto, que la Cori le dijo que todavía la andaba buscando desesperado por la ruta. Si Álvaro y sus amigos habían revuelto medio barrio para defenderla de los Godoy, rogaba al cielo que no se enterara de Soto, porque ahí sí seguro se armaba la podrida. Un cliente encaprichado siempre traía muchos mambos, y ya había comprobado que su novio podía transformarse en otro cuando se enojaba, cuando se ponía ciego y en modo guardián. Ese conjunto de dos cosas eran una mala combinación, y Lidia ya no quería meterlo a Álvaro en más líos...
—Salí de la ventana. —Sintió su voz gruesa por detrás y ella casi que se volcó el té del brinco que dio por el susto.
Álvaro estaba levantado con el ceño fruncido y de dos zancadas se acercó, así que ella le hizo un lugar para que pudiera ver. Los perros seguían ladrando, pero ya no se veía a nadie por las calles.
—Pasó alguien recién, pero creo que no es nada... —dijo ella, pero él le chistó y le cruzó el brazo por delante, para que se alejara más de la abertura.
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Miradas sueltas
Fiksi UmumRecopilación de relatos cortos e independientes de varios personajes de mis escritos.