Las teclas repiqueteaban velozmente en todo el dormitorio. «¡El amigo del chico del metro es mi vecino!», escribía con ímpetu en su diario virtual. «Fue la mayor vergüenza de mi vida, creo que no podré volver a salir de mi casa nunca jamás». Se hundió más en el viejo y mullido colchón, con un puchero y el ceño fruncido.
«Mejor debería hacer mi tarea en lugar de perder el tiempo aquí echada...», pensó, lamentándose por su desastroso aspecto.
—¡Ochaco! —le llamó su madre—. ¡Alguien te busca!
Curiosa y un poco preocupada por quién sería, se levantó y asomó la despeinada cabellera por la rendija entre la puerta de su habitación y la pared. Asui le dedicó una mirada sonriente desde la puerta de entrada, que afortunadamente se encontraba cerrada.
—Hola, Ochaco, recibí tu mensaje —se fijó en que llevaba entre sus manos una bolsa de papel, por el olor que desprendía seguro era comida—. Te leías angustiada, así que te traje algo para animarte.
—Qué rápida, acababa de enviártelo —abrió toda la puerta de su habitación con una gran sonrisa, sin importarle que solo llevara puesto un pijama.
—¿Te encuentras bien, hija? —preguntó su madre desde el sofá, un poco preocupada por lo que acababa de decir la peliverde.
—Sí, mamá, no pasa nada —contestó, evadiendo el tema—. Es sobre el examen —mintió—. Ven, Asui, vamos a mi habitación.
—Lo siento, solo vine a dejarte estos mochis —se disculpó, un poco melancólica—. Debo recoger a mis hermanos de una fiesta infantil, será para después.
—Oh, bueno... —tomó la bolsa, con un gran antojo de dulce.
Miró la puerta de entrada cerrada y a su amiga parada allí, como si esperara que saliera del lugar para acompañarla. Regresó su vista hacia su madre, que se encontraba entretenida viendo su telenovela. Suspiró, tenía que salir del departamento sí o sí.
—En algún momento tenías que salir de tu casa, Ochaco —le dijo la peliverde, ya una vez afuera—. Quizás hasta sería bueno que te cruces con él de vez en cuando.
—Shh, mi madre podría escucharte —le susurró—. Muchísimas gracias por los mochis, hasta luego.
Y entró a su casa rápidamente, cuidando de no ser vista ni escuchada por ninguno de los vecinos.
—¿Tan rápido te despediste de tu amiga? —inquirió la mujer castaña, que seguía atenta al televisor.
—S-sí, ya ves que dijo que tenía prisa... —abrió la bolsa, sacando un mochi y llevándoselo a la boca—. ¿Quieres uno, mamá?
La mujer accedió, luego de ello se fue a su habitación con la excusa de que debería hacer tarea, lo cual era cierto.
—Ochaco, ¿hiciste la tarea? —Kaminari llegó con una gran sonrisa a su lugar.
—¿Todo el fin de semana y no la hiciste? —preguntó con una sonrisa burlona, ahora le tocaba a ella ser una pesada con él.
—Estuve ocupado —se encogió de hombros, sin soltar la sonrisa del rostro—. Anda, préstamela, prometo que te la devolveré rápido.
—¿Prometes que dejarás de molestarme con ya sabes qué? —sujetó el cuaderno fuertemente, impidiendo que se lo arrebatara de golpe.
—Prometo que dejaré de cobrarte con los mil yenes que me debes —se burló y ella lo soltó para ver como su rubio amigo se caía hacia atrás por la fuerza ejercida intentando quitarle el cuaderno—. Muy graciosa... ¿Quieres subirlo a 1250 yenes?
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La Estúpida Apuesta
FanfictionEs el primer año de instituto y Uraraka Ochaco acaba de cumplir dieciséis años. Tiene grandes amigos, unos padres geniales y mucho por delante. Lo último que necesita es preocuparse por su primer beso. Pero todo esto está a punto de cambiar porque s...