El mar se desplegaba ante mí, inmenso y azul, tan sereno que parecía un espejismo, una ilusión de la que no quería despertar. La arena, cálida y suave, envolvía mis pies descalzos, mientras el sol resplandeciente se posaba sobre mi rostro. Sentí una sonrisa formarse sin esfuerzo, brotando desde lo más profundo de mi ser. Cerré los ojos y respiré hondo, dejando que la brisa marina llenara mis pulmones, mientras extendía los brazos y me entregaba a esa calma, sintiéndome libre, completa, en paz. El murmullo de las olas, mezclado con el susurro del viento, que jugaba con mi cabello, era como una melodía suave en mis oídos.
—Quiero estar siempre aquí —murmuré, casi en un suspiro, abriendo los ojos hacia un cielo despejado, donde el océano se unía con el horizonte y las nubes parecían inalcanzables.
Unas pequeñas manos, suaves y cálidas, tiraron con delicadeza de mi vestido blanco, y bajé la mirada. Allí estaba Emma, sonriendo con esa alegría que despertaba mi alma. Había un destello de felicidad en su mirada.
—Mami, el mar es muy hermoso —dijo con su vocecita tierna, y yo la miré con el corazón rebosante. Me agaché para quedar a su altura y tomé una de sus manos.
—Lo es, mi amor, pero tú eres aún más hermosa —le respondí, acariciando su mejilla, y vi cómo su rostro se iluminaba.
Ella rio, y en un instante se soltó de mi mano y salió corriendo hacia el agua, con sus pasos diminutos, dejando huellas en la arena. Me reí, y sin pensarlo dos veces, corrí tras ella.
Cuando el agua tocó sus pies, aceleré el paso y la alcé en mis brazos, alejándonos de la orilla. Ella chilló de emoción, y yo la hice girar en el aire, sintiendo su risa vibrar en mi pecho.
—Te quiero tanto, mi pequeña —le dije cuando paré de girar, dejándola descansar en mis brazos mientras su risa se desvanecía en un suave suspiro.
—Yo también te quiero, mami —respondió ella, abrazándome con fuerza, apoyando su cabecita en mi hombro—. ¿Podemos quedarnos aquí?
Sentí una punzada en mi pecho. Un nudo se formó en mi garganta, y con esfuerzo, respondí:
—No podemos, mi cielo, no hoy.
—No quiero volver... —murmuró, y sentí como esas palabras me desgarraban por dentro. Aparté la vista hacia el horizonte, luchando contra las lágrimas. Prometí no llorar. Prometí ser fuerte.
Escuché pasos acercarse desde atrás y supe que el momento había llegado. Con una sonrisa que apenas sentía, acaricié la mejilla de Emma.
—Lo sé, mi amor, pero tenemos que hacerlo —dije, y mi voz tembló un poco—. Pero te prometo que volveremos aquí, y cuando lo hagamos... seremos felices, de verdad.
—Helena, es hora de irnos. —La voz en mi espalda sonó firme, pero no me giré. Asentí en silencio, manteniendo las lágrimas a raya.
Tomé la pequeña mano de Emma y comenzamos a caminar de regreso, cada paso sintiéndose más pesado que el anterior. Justo antes de entrar al coche, me giré una última vez hacia el mar, memorizando esa imagen, queriendo quedarme allí, entre las olas y el cielo.
—Muy pronto seremos libres, lo prometo —susurré al viento, cerrando los ojos mientras el eco de las olas quedaba atrás.
«Muy pronto», repetí mentalmente, aferrándome a esa promesa.
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HELENA
RomanceHelena parecía tenerlo todo: una vida llena de lujos junto a Alexander Coleman, su influyente y carismático esposo, y su pequeña hija, Emma. Sin embargo, detrás de esa fachada de perfección, se escondía una mentira, una realidad que Helena vivía día...