Helena
El sonido de los pasos apresurados y murmuraciones llegaba desde el vestíbulo principal hasta mi habitación. Los sirvientes corrían de un lado a otro, moviendo cortinas, sacudiendo alfombras y decorando cada rincón de la mansión. El brillo dorado de los candelabros era pulido con esmero, y el aroma a flores frescas invadía cada pasillo. Era el anuncio de algo que llevaba semanas sabiendo, pero que había ignorado deliberadamente: otra de las fiestas grandiosas que Alexander organizaba para mostrar su poder, su prestigio, su intachable reputación como un hombre poderoso y respetable.
Me lo había recordado en la mañana, con su tono frío y autoritario, mientras hojeaba un informe financiero, como si la fiesta fuera tan importante para mí como lo eran las cifras en ese informe para él.
—Helena, esta noche habrá una fiesta en la mansión. Espero que estés lista. Quiero que causes buena impresión —me había dicho sin levantar la vista de los papeles. Sus palabras no eran una petición, eran una orden, una más en la lista interminable de expectativas que tenía sobre mí.
Lo ignoré, o al menos, pretendí hacerlo. Sabía lo que esperaba de mí: un vestido de diseñador, un maquillaje impecable, joyas que demostraran la fortuna de nuestra familia. Alexander quería que fuera la anfitriona perfecta, la mujer radiante que no dejara lugar a dudas de que la familia Coleman era un ejemplo a seguir. Ya no podía fingir más. Algo dentro de mí se había roto hacía mucho tiempo, y esa noche, mientras la casa se preparaba para la gran velada, tomé una decisión.
Dejé que una de las sirvientas entrara en mi habitación para mostrarme las opciones que había elegido: vestidos deslumbrantes, cada uno más caro y llamativo que el anterior, telas que brillaban bajo la luz y bordados delicados. Me sentí sofocada solo de verlos.
—¿Cuál desea, señora? —preguntó, mostrándome un vestido de seda azul con pedrería en el escote. Su tono era servicial, pero también había un toque de urgencia. Sabía que Alexander no toleraría ningún tipo de retraso o error.
—Ninguno —respondí sin mirarla, apartando la vista de los vestidos y enfocándome en la ventana, en el cielo que comenzaba a oscurecerse.
La despedí con un gesto, y ella salió de la habitación de forma apresurada, sin atreverse a cuestionarme. Me quedé sola, escuchando el murmullo de la actividad fuera de mi habitación, mientras una calma extraña se apoderaba de mí.
Fui hacia mi armario y elegí un vestido sencillo, uno que había usado en días ordinarios: un vestido blanco de algodón, sin adornos, sin pretensiones. Era suave y ligero, y al ponérmelo me sentí bien, como si por un momento pudiera respirar sin esa carga en mi pecho. No llevaba joyas, solo un pequeño collar de plata con un colgante que había pertenecido a mi madre, la única pieza que tenía un verdadero significado para mí. Me recogí el cabello con una trenza floja, dejando que algunos mechones sueltos cayeran sobre mi rostro. No quería maquillaje, no quería ocultar mis ojeras ni mis labios sin color. Quería ser yo, tal como era, aunque solo fuera por una noche.
Cuando salí de la habitación, las miradas de los sirvientes se clavaron en mí, sus ojos reflejando una mezcla de asombro y miedo. Sabían que mi aspecto no era el adecuado, no era lo que Alexander había ordenado, pero ninguno se atrevió a decir nada. Bajé las escaleras lentamente, escuchando el murmullo de las voces cada vez más cerca, el sonido de la música clásica sonando en el salón principal, las copas de cristal tintineando mientras los invitados llegaban, uno tras otro.
El vestíbulo estaba lleno de personas elegantes, todos vestidos de gala, sonriendo y riendo en una danza de cortesía y falsas apariencias. Las luces doradas iluminaban sus rostros, mostrando sus perfectos dientes y sus ojos expectantes. Al cruzar el umbral, sentí sus miradas clavarse en mí, en mi vestido simple, en mi aspecto despojado de todo artificio. No me importó. Caminé recta, sin detenerme a dirigir la palabra a nadie, hasta llegar a la sala en donde sabía que me encontraría con Alexander.
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HELENA
RomanceHelena parecía tenerlo todo: una vida llena de lujos junto a Alexander Coleman, su influyente y carismático esposo, y su pequeña hija, Emma. Sin embargo, detrás de esa fachada de perfección, se escondía una mentira, una realidad que Helena vivía día...