Andrew
La mansión Coleman, con su imponente fachada de mármol y sus columnas doradas, se alzaba ante mí como un monumento al exceso. Era la cúspide del lujo, un despliegue de riqueza tan descarado que resultaba ostentoso. Sin embargo, sabía que tenía que estar ahí. Las reuniones en eventos como este tipo eran inevitables. Entre brindis y sonrisas falsas, se forjaban alianzas con simples apretones de manos; la palabra adecuada en el momento preciso podía asegurar el futuro de cualquier empresa. Había repetido ese ritual tantas veces que ya se había vuelto mecánico, pero desde que crucé el umbral de aquel salón de espejos y luces doradas, una sensación incómoda comenzó a formarse en mi interior. Había algo en ese lugar que no me terminaba de encajar.
Tomé dos copas de champán de la bandeja de un camarero que pasaba cerca y, luego, me aparté hacia un rincón, observando cómo la gente conversaba con entusiasmo. A lo lejos, distinguí a mi madre, en el centro de un grupo de señoras que la escuchaban con atención. Se veía radiante, feliz en su entorno. Ella siempre se sintió como pez en el agua en eventos como este, donde la elegancia y el prestigio lo eran todo.
Sentí una mano firme sobre mi hombro. Al girarme, vi a mi padre, con su expresión serena e imperturbable. Le ofrecí una de las copas.
—Creí que no vendrías —murmuró sin apartar la vista del gentío—. Tu madre estaba a punto de volverme loco, no paraba de preguntar por ti.
—Lo imaginé.
—¿Y qué te hizo cambiar de opinión? —preguntó, bebiendo de un solo sorbo el champán.
—Supongo que la curiosidad —respondí—. La verdad es que no tenía planes de venir, pero a última hora decidí complacer a mi madre —dije luego de un largo momento.
Fue en ese instante cuando mi madre me vio desde el otro lado del salón. Sus ojos se iluminaron, y, antes de que pudiera reaccionar, ya estaba caminando hacia nosotros. Me abrazó con efusividad, y me encontré devolviéndole el cálido gesto.
—¡Por fin! —exclamó, con un suspiro de alivio—. Te perdiste la presentación del señor Coleman —añadió, en un tono acusatorio.
—Qué pena... —respondí, con un sarcasmo evidente—. Había reservado toda mi noche solo para eso.
—Sin bromas, Andrew —me reprendió con la mirada—. Este encuentro es importante. Si logras cerrar el trato con ellos, la empresa podría beneficiarse enormemente.
Sabía que tenía razón, pero no pude evitar suspirar. Había tenido una semana agotadora y lo último que quería era forzar conversaciones y sonrisas esa noche.
—Lo sé, es solo que estoy un poco cansado —respondí con sinceridad—. Lo mejor será que organice una reunión en mi oficina. Sabes que prefiero la privacidad.
Tras unos segundos de silencio, finalmente asiente y me mira con un destello de preocupación. Esperaba que no se notara mi falta de sueño. Volví a suspirar y, en un gesto casi automático, aparté un mechón de cabello de su rostro y lo dejé detrás de su oreja.
—Me iré pronto —le anuncié.
—¡Ni pienses en escapar! —replicó, aferrándose a mi brazo—. Me prometiste que harías el esfuerzo por conocer gente nueva. Incluso he hablado con las hijas de algunas de mis amigas, y créeme que están ansiosas por conocerte.
Sentí una punzada de fastidio, pero decidí no discutir. Mi padre, viendo mi expresión de horror, soltó una risa ligera.
—Sabes que no te dejará ir, ¿verdad? —comentó en tono burlón, quitándome la copa aún llena, antes de desaparecer entre la multitud.
«Traidor».
—Vamos, vamos —dijo ella, victoriosa.
Con un suspiro resignado, la seguí. Me llevó al centro del salón, donde la música clásica llenaba el ambiente.
—Querido, te presento a la señorita Thompson, la hija de mi querida amiga Evelyn —dijo, deteniéndose ante una joven de cabello castaño claro y ojos vivaces. Ella me miró sin cautela de arriba a abajo y sonrió de forma coqueta.
—Encantado de conocerte —mentí, extendiendo la mano. La conversación que siguió fue breve e incómoda, pero mi madre parecía satisfecha. Luego de unos minutos, comenzó a arrastrarme de un lado a otro, presentándome a decenas de personas.
Perdí la cuenta de cuántos nombres había escuchado o de cuántas sonrisas había devuelto. Cuando mi madre por fin se distrajo hablando con una de sus amigas, me escabullí hacia la zona menos concurrida del salón, buscando un poco de aire. Y entonces la vi.
Llevaba un vestido blanco sencillo, contrastando con la opulencia de los trajes y las joyas que dominaban la fiesta. Estaba sola, mirando hacia el jardín a través de una ventana, como si estuviera desconectada del bullicio. Algo en ella captó mi atención, una curiosidad inesperada. Me acerqué despacio, intentando que mi presencia no resultara intrusiva.
—¿Todo bien? —pregunté suavemente al llegar a su lado.
Ella se giró, sobresaltada. Cuando vi su rostro de cerca, el mundo se ralentizó por un instante. Era hermosa de una manera sutil. Su cabello cobrizo caía en una trenza suelta, y un par de mechones rebeldes se escapaban de su peinado, marcando su rostro delicado. Sus ojos eran de un verde profundo. Tenía pequeñas pecas en su nariz y mejillas que le daban un aire juvenil y fresco, contrastando con sus ojeras y la notoria palidez de su piel. Había algo en su expresión, una reserva palpable, que me hizo dudar de mi intromisión.
Me examina con atención, recorriendo cada línea de mi rostro. Al llegar a mis labios, desvía la mirada.
—Sí, todo bien —respondió con rapidez, esbozando una sonrisa que parecía forzada.
—Perdona si te incomodé —dije, intentando hacer retroceder el tono de mi interés.
Antes de que ella pudiera decir algo más, un hombre apareció a su lado. Alto, de piel bronceada y cabello negro. Le dedicó una sonrisa, y luego me miró, con desinterés.
—Te estuve buscando —le dijo a ella, en un tono dulce. Colocó una mano en su espalda, un gesto que llamó mi atención.
Debía ser su pareja.
—Disculpen si he... —empecé, pero él alzó la mano, interrumpiéndome.
—No es ninguna molestia —contestó, sin mirarme. Y con una sonrisa vaga, añadió—. Espero que disfrutes la fiesta.
Ella no volvió a mirarme ni un segundo.
Se alejaron, y aunque no había nada particularmente extraño en la escena, algo en ella me dejó inquieto. Su cuerpo tenso, su mirada...
—¡Andrew! —La voz de mi madre me sacó de mis pensamientos.
Me giré y la vi acercarse a mí con una expresión de emoción.
—¿Qué pasa? —pregunté, forzando una sonrisa para ocultar la confusión que había sentido hacía un momento.
—Adivina quién vendrá a cenar la próxima semana. ¡La familia Coleman! Tu padre y el señor Alexander Coleman han acordado una cena.
Asentí, sin interés. Mi mente seguía fija en esa figura solitaria junto a la ventana, en sus ojos verdes y en la forma en que había desaparecido entre la multitud junto a aquel hombre, como un sueño que se desvanece al despertar.
Me despedí cortésmente de mi madre y me dirigí hacia la salida. Ella ya había conseguido lo que quería, o bueno, solo una parte. En su lista de pendientes aún faltaba cumplir su deseo de conseguirme pareja. Y seguiría así hasta que encontrara a la indicada. Por más que intentaba apartar el recuerdo de aquella chica, sus ojos verdes seguían grabados en mi mente.
Unos ojos que no volvería a ver.
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HELENA
RomanceHelena parecía tenerlo todo: una vida llena de lujos junto a Alexander Coleman, su influyente y carismático esposo, y su pequeña hija, Emma. Sin embargo, detrás de esa fachada de perfección, se escondía una mentira, una realidad que Helena vivía día...