Eres Culpable

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Caía la tarde como cada día. Pero esta tarde no era igual que todas aquellas donde el cielo cambiaba sus tonos fríos por la cálida paleta característica de los atardeceres... esta vez los tonos fríos habían hecho complot, y más allá de mostrarse el cielo azul y radiante, ahora todo se encontraba oscuro y gris como si la noche poco a poco se estuviera apoderando de todo, pero no, era de día aún. Funestos nubarrones negros, con toques tristes vestían descoloridos gran parte del horizonte; y un terrible viento azotaba fieramente cada rincón de su cuerpo.

Él caminaba a paso apresurado con una siniestra sonrisa, marcando sus muy blancos dientes, pero hipócritamente unas lágrimas asomaban en sus ojos. Su elegancia era muy fina: ropajes dignos de un príncipe y una espesa capa de terciopelo rojo, que rebelde, bailaba ferozmente al compás del atrevido viento. Él sabía a dónde iba, y el tiempo estaba a su favor. Tal vez la tarde se había tornado así por el humor de perros que llevaba. Las venas de su cuello, ansiosas, se hinchaban terriblemente mostrándose imponentes, y sus puños cerrados, apretados a más no poder, clavaban las largas garras en su propia piel, para arrancarse de cuajo, pequeños hilillos de sangre. ¿Para qué hablar de su mirada? Debo decirte que en el instante exacto que intentamos mirarle de frente, no se hizo esperar y una escalofriante centella resplandeció en el cielo, dándole a su mirada un ambiente aún más macabro, y a nosotros privándonos del susto con su respuesta: un terrible trueno.

Era el segundo día más frío del año. La tarde era violenta, nubes de tormenta amenazaban en el cielo, lanzando en cambio, terribles rayos y estrambóticos truenos. Las tinieblas se apoderaron de la luz y su mirada, roja como la sangre se concentraba en la doncella pálida en el suelo, caída sobre un gran charco de sangre y con el corazón abierto... era su prometida: la mujer a la que tanto había amado.

Su cuerpo comenzó a cambiar, mostrando unas grotescas fauces demoníacas, sus vestiduras se rasgaron y su cuerpo desnudo se cubrió de pelo. En su espalda reventaron en un sangriento estallido un par de alas inmensas y desafiantes, tan negras como su alma, y se le elevó en el cielo, desapareciendo tras los truenos.


Ahora está frente a ti, aunque no lo creas. Si por casualidad alzas tu vista y le ves, cierra tus ojos o escapa... Pues buscando venganza se alimentará de tus más oscuros miedos y no parará hasta dejarte inerte y sin vida, porque tú, al leer estas palabras, mataste a su amada en tu imaginación.

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