Madera Maldita

3 3 3
                                    

El polvo, la humedad, la poca luz tenue y el abandono de cientos de años sin usarse, la hacían convertirse ya en un arbusto:  las raíces brotaban de manera tímida por debajo de ella y unas cuantas ramitas y hojas se mostraban en su parte superior. Testigo de cada una de las florecidas del cerezo que estaba frente a su templo y que formaba una línea perpendicular con ella, ya abandonada por los años, yacía, en el centro de una estrella de seis puntas dibujada en el suelo de tablas, una vetusta katana de madera.

¿Para que serviría tal artefacto? Si no mostraba ningún filo que dejaría al menos a quien la blandiera defenderse. Antiguas historias de las personas que vivían en las aldeas próximas al templo, contaban que, aquella espada estaba maldita: decían que había pertenecido a un poderoso príncipe asesino y que la espada estaba corrompida por la sangre de un temido dios demonio. Aquello era tan incierto y sin lógica. ¿Cómo una espada de madera iba a ser tan poderosa?... Además de que, las historias de los samuráis y ninjas cazademonios ya tendrían por aquel entonces más de 700 años y, actualmente, ya era un tiempo en el que en Japón corrían las sangrientas guerras feudales.

La katana había estado muchos años sola, nadie sabía quién había construido aquel templo sólo para ella; y nadie que estuviera en su sano juicio se atrevería jamás a entrar al lugar donde yacía un artefacto maldito. Tal vez los rumores eran ciertos... ¿quien sabe?... Lo único que se sabe, es que llegaría el día que alguien la iba a empuñar nuevamente, aunque todo fuera por una equivocación...

Había nacido en un céfiro otoño... Nunca supo de sus padres, pues su memoria no conseguía recordarlos, lo único que con certeza lograba recordar era su nombre: Byacuya... Y sí, su nombre significaba blanco, tal vez sería algún mote dado en el transcurso de su desdichado paso por esta vida, porque todo el mundo lo consideraba una criatura miserable, todos lo odiaban, sólo por el simple hecho de ser diferente: su hermoso cabello blanco, que nunca en su vida había sido cortado, caía lacio y exhuberante más abajo de sus nalgas; y sus almendrados ojos tenían el iris color escarlata brillante... Era un raro muchacho: mientras sus semejantes tenían sus cabellos y ojos de tonos oscuros, los suyos eran totalmente diferentes; rasgos que lo tildaban para vivir como un ser inmundo, una bestia a la que todos rechazaban y golpeaban, a pesar de ser extremamente apuesto...

Corría su décimo séptimo verano, en el próximo otoño, sería el décimo octavo día de su nombre: un día en el que dejaría de ser un niño para convertirse en un hombre pero... no tenía familia para celebrarlo; así que la vida desde pequeño le había enseñado a ser obligatoriamente un hombre y arreglárselas como pudiera...

La luna, solitaria, pálida, fría, abandonada a su suerte ascendía lentamente por el cielo, como si estuviera cansada de hacerlo todas las noches y en esta, en especial, no tuviera ganas, aunque, vanidosa como siempre se mostraba más blanca que nunca. La noche era tranquila, demasiado tranquila... Byacuya sabía que una noche de silencio era muy alarmante, había aprendido que todas las noches eran tan movidas como el día, pero esta no era así: esta era abrumadoramente silenciosa. El único sonido que conseguía escuchar era el de sus pensamientos... hasta que algo o alguien se delató...

Un estruendo ahogado de ramas crujiendo al partirse bajo una pisada lo hizo entrar en estado de alarma. Sus cinco sentidos estaban empeñados en encontrar al causante de aquel ruido, hasta que sinuosamente encontró a la inmensa bestia de la que si no huiría iba a ser presa de sus gigantezcas zarpas...

Alzó la vista, y en un espasmódico segundo, de manera casi incierta trepó hasta la cima del alto e imponente tamarindo del que se recostaba mientras dormitaba, pero para su sorpresa, aquella bestia no lo perdería... Byacuya aún dudando de qué animal se trataba, con una destreza profesional saltaba veloz y sigilosamente por entre las ramas de todos esos árboles, como si fuese un simio o un mono, tanteando de vez en vez algún lugar seguro para escapar del olfato y la vista de aquel animal... hasta que llegó a un claro: un círculo en el centro de un espeso bosque de bambú... Y la bestia se expuso de sobremanera... ¿Sería algún yokai que había sobrevivido durante 700 años? No, no era un yokai...

ALBTRAUMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora