Si agudizaba lo suficiente el oído se daba la ilusion que algún coro, inspirado en actos fallidos de prosa griega, anunciaran un presagio maldito. Un acompañante muy perturbador para su extraña risa.
El hombre vestía un traje azul con varios cinturones, correas y bandas doradas que seguro un gigante lo alineará a la fila de soldaditos de plomo, pero su rostro, que arraigada todos los síntomas de una profunda depresión asustaria a cualquier infante.
Se reía, algo muy inusual cuando sostienes y apuntas una espada hacia una mujer de aspecto desgastado, a mi parecer, pero prefiero no juzgar sus razones. Sus carcajadas explotaban una tras otra como en la mejor comedia y me sorprendía que su cabeza no se moviera para acompañar esos sonidos.
Cuando calló, me di cuenta que su risa era lo único que nos amparaba del funesto silencio del bosque.
-He cavado dos tumbas para nosotros ,amor.-
Y tal como la fémina dijo ,atrás de cada uno, estaban los huecos en la tierra, esperando la caída de uno, o de ambos.
-Mi deber es darte caza, no acompañarte a la presencia de Belcebú- mofó el gran varón.
-Entonces, ¿Insinúas que el aberno también te espera?- contratacó
-Dejo en claro que soy el libertador de entregarte a la justicia-
Un nuevo silencio se instauró.
Me hubiera gustado romperlo con sus afiladas miradas.
-Tu no sabes mis motivos- parecía herida.
-Sean, cuales sean, la Iglesia me dice que pecas.-
-Te haría una pregunta de no saber tu respuesta-
-Dimela-
Lo pensó.
Fantaseo con decir que lo hizo ,pero no se retuvo
-¿De que te salva Él?-
Y la catarata cayó.
-De personas como tú- alzó su arma y recitó como en cada ocasión:-.¿Tus ultimas palabras?
-No me llames como tú inmunda raza- y sin saber de dónde, la daga en su mano cortó su cuello. Dejando un cuerpo caer a su respectiva tumba.
La espada se clavó múltiples veces en su pecho para asegurarse de la muerte y la tierra fluyó se vertió por sí sola, asustando al verdugo.
La tropa mancillo la superficie terrestre y cargo con odio el cuerpo sin vida.
Lo apilaron con los demás y se quemó hasta el amanecer. Primero dolor, luego banquete y por último, polvo mundano.
A los aldeanos no les importó bailar alrededor de todos esos gritos de piedad y a los más pequeños, burlarse de todas esas almas.
Perjurare que lloré esa noche.
Al menos solo mi alma rozó ese sufrimiento.
Mi cuerpo ya no podía sentir nada.