Inspector McCallum, 10 de noviembre de 2092

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Recién encontré un lugar seguro desde donde poder enviar mi reporte y escribir mi crónica, y es por ello que podéis estar ahora mismo leyendo mis experiencias. Ahora sí, sin más, doy comienzo a la narración de mis vivencias el día de hoy:

Previo a entrar en detalles sobre el curso de los acontecimientos, creo conveniente explicar cómo llegué a mi destino. Como residente y laborante en la ciudad de Milwaukee, llegué en un furgón policial desde el norte, bordeando el lago Michigan. Nos tomó varias horas por la costa. Decidimos no viajar por la calzada principal, ya que lleva meses destrozada por los diversos conflictos que surgen ocasionalmente en la zona, y el riesgo de ser atacados por las numerosas guerrillas es bastante alto. Hablo de «nosotros», ya que de no ser por el oficial Marcus Scott, quien es un excelente policía y espero que haya llegado sano y salvo de vuelta —un hombre con agallas—,no hubiese sido posible llegar a mi destino. Hoy en día existen pocos oficiales de buena talla; el que no está muerto, se trata: o de un temerario recién ingresado al cuerpo, o de uno de esos repugnantes burócratas zampa-donas de oficina. Todo mi respeto a quien da su vida por restablecer el orden en medio de este desbarajuste, que ha llevado a nuestra gran patria a la anarquía absoluta; pero al que se alista para ganar un sillón en una cómoda oficina lejos del conflicto... Al infierno y sin zapatos.

Marcaban las diez de la noche en los relojes cuando bajé del furgón policial, a un par de kilómetros de la costa a la altura de Lincoln Park, y ahí fue donde di comienzo a mi inspección. No fue arbitraria la decisión deparar ahí. El plan era detenernos lo más cerca posible del centro, en una zona amplia, que me ofreciera cobertura y a la vez, margen para una retirada táctica; y si la situación lo permitía, podría darle la señal a Marcus para que abandonase inmediatamente. El camino de ida, iba a ser cubierto, y previamente inspeccionado por el ejército regular del estado provisional de Wisconsin-Illinois, quien pidió al cuerpo de policía dar parte de la situación en la ciudad. Es por ello que nos dirigíamos con suficientes garantías al lugar.

Hacía frio, y lo único que me cobijaba era, junto a mi gabardina, los numerosos fuegos callejeros que de alguna manera conseguían mantener vivos los oriundos de Chicago. Se respiraba silencio, y se palpaba la tensión en el ambiente. Mientras caminaba y observaba los alrededores, me enfrascaba en mi «especial» tarea: anotar el reporte de la situación tras los eventos que tuvieron lugar hace cinco años. Especial no porque necesitase de una cualificación particular dentro del cuerpo; sino porque nadie más tenía las agallas de realizarla. A la gente no le gusta ver, oler y sentir la muerte; al parecer solo yo, un viejo inspector casi retirado tiene lo que hay que tener para adentrarse en estos submundos.

La mayoría de edificios, acabaron combados a ras del suelo cuando en mayo de 2087, se produjo el ataque nuclear en la zona. Desde que ocurrió, las observaciones indican que el cielo está siempre oscuro, como sumido en una noche perpetua. El fuego, los escombros y las ahogadas calles —por la situación del inmobiliario—, confieren al corazón de la ciudad una peligrosidad especial, tanto que bajar el cañón, puede sentenciar a muerte hasta al mejor prestidigitador. Mientras que cualquier día en el downtown de Chicago solía ser «normal» (hace quince años), ahora es una suerte de selva amazónica; sin un solo árbol, pero con más predadores que almas dispuestas a ser presa. El ambiente se mantiene calmado, para de repente, encogerte el corazón con un alarido aberrante. No fueron ni una, ni dos, las ocasiones en las que casi me da un infarto al escuchar los gritos monstruosos de los actuales habitantes de la city. Se podría decir que la ciudad todavía alberga vida, o más bien, la recluye... El ecosistema que se ha creado tras las catástrofes es tan hostil, que hace más fácil el malvivir y subsistir a tres metros bajo la superficie que el escapar de la zona. De no ser por que poseo la monitorización en tiempo real y mi querido revólver, no me hubiese embarcado en esta tarea. Sólo un demente o un «fiend» —un desalmado— podría, voluntariamente y sin miedo alguno adentrarse en tales condiciones a la ciudad.

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⏰ Última actualización: Oct 31, 2022 ⏰

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