Capítulo 2

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Drew


Subo a mi moto, me coloco el casco, los guantes y salgo del garaje en dirección a Hall Corporation. Empezamos la semana y va a ser de lo más intensa.

Disfruto recorriendo la ciudad con calma y observando a la gente que viene y va. Antes no lo hacía tan a menudo, me colaba en el coche de mi hermano, que ejercía de taxi a pesar de sus quejas constantes. Íbamos a la misma hora y lugar, sería absurdo llegar por separado, ¿no? Desde que ha tenido a Adler y Callie, Cayden suele desviarse al colegio y la guardería, así que prefiero llegar con mi propio transporte.

El trayecto apenas dura unos minutos y en muchas ocasiones vengo andando o corriendo, pero hoy he quedado para comer en la otra punta de la ciudad y necesito la moto.

La aparco delante del edificio, me retiro el casco, lo coloco en el brazo y peino un poco mi pelo alborotado antes de dirigirme a las puertas giratorias. Dejo pasar, de forma caballerosa, a dos chicas que han llegado en el mismo momento. Me sonríen coquetas y les devuelvo el gesto. Cayden no es el único guapo de la familia, yo también poseo mi público, aunque, en este caso, ellas no sean de mi agrado. Bonitas son, pero yo hace unos cuantos años que tengo clara mi inclinación sexual y no preciso ocultarlo, aunque en ocasiones me haya llevado más de un susto por la incomprensión de algunas personas.

—Buenos días —saludo a las chicas de la recepción principal del edificio.

—Buenos días, señor Hall —responden al unísono.

—Perdone, señor Hall —me pide una de ellas—. Este mensajero trae un paquete para ustedes. ¿Podemos aprovechar que está aquí y nos firma la recepción?

—Por supuesto —acepto con una sonrisa.

No me pasa desapercibida la mirada que me echa el mensajero, de arriba abajo, pero estoy acostumbrado. No soy un hombre de llevar trajes tradicionales, me parecen de lo más aburridos, así que suelo llamar bastante la atención. Bueno, también tiene que ver que soy guapo de cojones.

Repaso la tableta que me ofrece para que estampe mi firma y compruebo que es un paquete de uno de nuestros proveedores. De reojo, veo que el rubiales que está a mi lado no deja de mirarme. Firmo y me giro para entregarle la tableta. Nuestros ojos se tropiezan y elevo la comisura de los labios. Es muy guapo, algo más joven que yo, le calculo unos treinta, de cuerpo esbelto, ojos color miel, pelo bastante rubio, corto por los lados y algo más largo por arriba. Lo lleva peinado de punta y le da un aire de chico travieso. Lo curioso es que su cara me suena. Un hombre así no pasa desapercibido con facilidad y menos para mí.

—¿Nos conocemos? —le pregunto.

—No creo, señor. A lo mejor nos hemos visto aquí en otra ocasión.

—Tu cara me suena de algo...

—Lo siento, pero debo irme. El trabajo, ya sabe —me corta. Coge la tableta, sonríe a las chicas y se retira.

No solo eres amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora