Capítulo 3

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Jake


Salto con la bicicleta los tres escalones que me faltan, esquivo dos transeúntes con sus quejas correspondientes por miedo a ser arrollados y pedaleo con ritmo hasta mi casa, entre los vehículos que esperan a que el semáforo cambie de color.

Subo por la escalera con la bici a cuestas y saludo a varios vecinos con los que me encuentro. Podría dejar mi transporte en la calle, en el pequeño piso que vivo estorba bastante, pero el barrio no es muy seguro que digamos.

—Hola —saludo en alto mientras la acoplo en una esquina. Dejo las llaves en el pequeño mueble algo destartalado y encaro el pasillo—. ¿Cómo estás, abuela?

—Hola, cariño —me responde con su rostro ajado por la edad—. Tienes cara de cansado.

Podría decirle que tener tantos trabajos hace que vaya agotado, pero ella no se merece mis comentarios sarcásticos. Sabe a la perfección que todo lo que hago es para cubrir sus gastos médicos y los estudios de Janet y me consta lo culpable que se siente, aunque sea absurdo.

Isabella, que así se llama mi abuela, me ha criado y lo intentó con mi hermana hasta que su enfermedad, una esclerosis múltiple que la debilita día a día, se lo impidió. No sé qué hubiera sido de mí sin ella. Me cuidó y me dio todo el amor que no supo darme mi madre. Esta prefería malgastar su tiempo y su vida entre agujas. Estaba tan enganchada a las drogas que perdió el control por completo hasta que, hace diez años, murió por una sobredosis. Si algo tengo claro, a mis treinta y un años, es que pienso alejarme por completo de todo lo que esté vinculado con las drogas. Vi cómo mi madre se marchitaba sin poder hacer nada y eso no lo olvidaré jamás.

—Hoy ha habido mucho trabajo en el restaurante —le comento—. ¿Janet todavía no ha llegado?

—Creo que no. A no ser que yo estuviera dormida y ella se haya encerrado en su habitación.

—Ahora miro. Venga, vamos a incorporarte un poco —le informo.

—No hace falta, cariño. Estoy bien aquí.

—Lo sé, pero estarás mejor haciéndome compañía en la cocina mientras me tomo un refresco.

No dejo que vuelva a replicar, la destapo, coloco un brazo por debajo de sus piernas y con el otro rodeo su cintura. La elevo sin esfuerzo, cada día pesa menos y a mí se me encoge más el corazón. Me duele en el alma ver lo debilitada que está. Ella siempre fue una mujer fuerte y, delante de nosotros, nunca se mostraba triste o preocupada, aunque tenía motivos para estarlo. Su sonrisa y su positivismo envolvían las paredes del piso. Ahora lo intenta, para no preocuparnos, pero ya casi no le quedan fuerzas. La deposito en la silla de ruedas y recorremos el pasillo hasta la cocina.

Ojalá no tuviera que pasar tantas horas sola, pero necesitamos el dinero y yo no puedo prescindir de ningún trabajo. Aun así, llegar a final de mes resulta bastante complicado. Suerte que llevamos viviendo en este bloque desde hace muchos años y los vecinos nos echan una mano. Antes de irme a trabajar, dejo a la abuela aseada y a Janet despierta. Mi hermana la ayuda a desayunar y después se va al instituto. Durante la mañana, dos de las vecinas pasan para cualquier cosa que necesite.

No solo eres amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora