2. Hola color pistacho.

10 3 0
                                        

Tras coger mis pesadas maletas y llevarlas unas encima de otras conseguí llegar hasta la salida. Allí había un chico castaño, con los rasgos marcados. Unos ojos dulces como la miel y el torso musculoso que ocultaba con una camisa de cuadros azul, con unos vaqueros y unas vans blancas.
Este llevaba un cartel con mi nombre y parecía mirar a todas las direcciones buscando a alguien. Me acerqué a él.

-¿Emma?- dijo él con una cálida voz.- Espera que te ayude.

Sin pensarmelo dos veces le dí todas las maletas y comencé a caminar espaldas a él.

-Oye-me llamó y giré sobre mis tobillos- que te dijera que te ayudaba no significa que yo tenga que llevar todas las maletas. Además, ¿a dónde vas? No sabes dónde vivo.

Tenía razón, no sabía dónde vivía a si que me acerqué a él.

-Toma, nos repartiremos las maletas, cada uno dos.

Le miré con mala cara, no estaba acostumbrada a tener que llevar algo, para eso estaba Sebastian.

Volví mi mirada hacia las maletas y le cogí la mas pequeña que había, aunque media un metro.
-¡Ey! El trato era dos, ¿recuerdas?

-Sí- ¿de verdad son así de bastos los americanos?- Claro que lo recuerdo, lo único es que quiero mantener bien mi muñeca para el piano.

Rodó los ojos y me dijo exhausto.- Venga la camioneta está aqui.

-Espera, ¿camioneta?

Ya había hecho bastante en venir a un continente tan soez que ni se puede comparar con mi sofisticada Inglaterra. No iba a subirme en una camioneta.

-Sí, las personas normales utilizan eso- respondió sin aliento.

-Yo no soy tan vulgar para subirme en eso.

Segundos después abrió el maletero del vehículo, metió las maletas y se sentó en el asiento del conductor.

-Vamos- dijo algo mas alegre.

Abrí la puerta con un sencillo movimiento de mi mano derecha y me senté en el asiento continúo a él.

Era sin duda muy... ¿como describirla? Bueno, era azul. Siempre se me dieron mejor las ciencias.
Por dentro había unos cuantos papeles en el salpicadero y algunas figuritas. Detrás lo único que había era aire.

Durante los cinco o seis minutos que estuvimos dentro reinó el silencio, no incómodo... Más bien... Bueno, como he dicho soy de ciencias; lo mío no es describir.

Paramos en frente de una casa blanca, de dos pisos, con un jardín bien cuidado y lleno de enanitos.

-Daphian- dijo de repente.

-¿Qué?- pregunté confundida.

-Supongo que querrás saber mi nombre.

-Bonito nombre, chico americano.

Me miró con mala cara y bajó del trasto, acto seguido abrió la puerta del maletero. Cogió las maletas que había traído y caminó hasta llegar a la puerta y abrirla.

Entramos y depositó las llaves en un cuenco. Me llevó escaleras arriba y giró en la primera puerta a la derecha.

-Esta será tu habitación.

Era una habitación con el techo blanco y las paredes de color verde pistacho. Demasiado feo para mi gusto.

-Siento mucho que tengas ese cerebro pero creo que no parezco una simple sirvienta.- dije molesta.

-A este cerebro le han concedido una beca en la universidad de Oxford.- contestó molesto conmigo- y, ahora te quedarás con esta habitación o hay una fría hamaca esperándote en el jardín trasero.

Me metí en la habitación y le cerré la puerta en las narices. Me acerqué a la cama y me tumbé. Por lo menos la cama era cómoda.
Daphian llamó a la puerta y entró.

-Te traigo tus maletas. Dijo dejándolas bruscamente en el suelo.

Genial, no llevaba ni una hora en su casa y ya estaba peleada con él.
Se dirigía hacia la puerta.

-Oye-dije obligandole a que diera la vuelta-mira lo siento, es que no estoy acostumbrada a esto...

-No pasa nada.

-Por cierto la próxima vez que llames, espera a que te conteste, podrías pillarme desnuda.

-¿Cómo sabes que no lo hice aposta?

Salió de la habitación riéndose y descolocando mi mente.

EmmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora