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Era un tratamiento de por vida

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Era un tratamiento de por vida. Aún no se había encontrado ningún tipo de cura para el sida y aún parecía que se necesitarían muchos años hasta que llegase aquel momento. Sobre todo cuando a nadie parecían importarle las víctimas.

Los hospitales estaban abarrotados de moribundos, aunque la sanidad privada se había encargado de que las calles también estuviesen repletas cuando ni siquiera era posible pagar una estancia en el hospital de un par de días. La heroína y el crack también habían arrasado con su generación y apenas había indicios de que se fuesen a recuperar.

Estaban todos marcados de por vida.

Al principio nadie se lo había tomado demasiado en serio porque la sensación de que el fin del mundo estaba a punto de llamar a sus puertas no había dejado de aumentar después de la guerra de Corea, de la guerra de Viet Nam y de la caída de la URSS. Algo horrible estaba reptando por los bordes de su visión y aún no le habían puesto nombre, pero habían decidido que el mañana no existía y por lo tanto era mejor disfrutar el momento mientras pudiesen.

Pero lo único que les quedó fue la agonía.

El lamento sempiterno de un perro malherido que solo deseaba que le llegase la muerte de una vez después de tanto tormento.

Ni siquiera podían ser culpados. Nadie imaginaba que el apocalipsis ya actuase como la tortura eterna del Infierno en vez del advenimiento del Juicio Final.

Caminar por aquellos pasillos era lamentable. Ni siquiera había suficiente privacidad tal y como estaban de saturados los hospitales, así que era imposible encontrar un rincón desde el que no se escuchasen los sollozos y gemidos de los enfermos.

El supuesto olor a desinfectante que debería aturdirlo nada más cruzar la recepción había dejado de existir hacía meses. Aun así, Kid trataba de no escupir cuando estaba dentro de aquel lugar.

—¿Cómo se encuentra?

Kid alzó la cabeza con desgana. Cada día sentía que le pesaba más, que cada movimiento le costaba más energía y en cualquier instante se le caería de los hombros, pero allí continuaba, resistiendo la agonía como el resto de moribundos del mundo.

—Se le ha infectado la herida y han tenido que cortarle el dedo, pero está bien. Ahora está dormido.

Bonney chasqueó la lengua. Había sido su mayor apoyo en medio de aquel desastre y la única persona por la que se permitía ser reconfortado, incluyendo a sus padres. Le costaba quitarse de la cabeza la culpa y la vergüenza que sentía cada vez que recordaba cómo habían llegado hasta allí, así que ni siquiera podía mirarlos a la cara. Sabía que rompería a llorar y jamás pararía si lo hacía. Y tenía personas a las que cuidar y un trabajo; no podía permitirse parar ahora a lamerse las heridas.

Cuando estaba entre los brazos de su hermana como en aquel momento solo percibía su comprensión. Ella había pasado por situaciones terribles por su propia cuenta, como la caída en la adicción de su mejor amigo o varios intentos de suicidio por su parte, la mayoría de ellos ni siquiera conocidos por sus padres o sus demás hermanos. Era difícil ponerse a hacer comparaciones cuando ya se encontraban al fondo del pozo.

Say the word; Eustass KidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora