II

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Los instantes de libertad eran adictivos

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Los instantes de libertad eran adictivos. Después de probar por primera vez el fruto dorado del Edén, las cadenas de plata resplandecían ante los rayos de sol del día a día, tintineaban a través del velo de los recuerdos y pesaban más sobre los hombros. Kid y Law se querían a pesar de su contraste de personalidades, virtudes y gustos, pero un extraño veneno punzaba en la piel y serpenteaba por los límites de su relación.

Allí, tumbados en un sofá enmohecido en el salón que compartían con los demás hermanos de la casa de acogida, Law se estiró sobre el regazo de Kid y dejó que este acariciara su cabello mientras se quedaba dormido. No cruzaron miradas ni mantuvieron ningún tipo de conversación, fundidos con la extraña calma en un hogar siempre revuelto. Kid recorrió con la vista las humedades del techo y, sin poder continuar más los senderos infinitos, su nuca se apoyó en el respaldo del mueble. Desde que aquella noche propuso la idea de tener un trío con Luffy, la realidad era difusa.

Aún recordaba con completa claridad la sonrisa despierta y aguda de Sanji y los ojos eléctricos y embaucadores que se adelantaron a cualquiera de ellos y los atrajo a un nuevo mundo de posibilidades, uno en el que él se adelantaba a todos sus deseos. Se había sentido extraño, pero sobre todo para Law. Que un blanco con dinero tuviese interés en él y no repulsión fue algo inesperado y, en cierta forma, halagador. Conocían casos como el de Bonney, que se prostituía para llegar a fin de mes y aportar algo de dinero a la casa, pero el morbo que provocaba una mujer transexual era bien conocido en los barrios pobres; respecto a aquello, nunca se mencionaba a los hombres.

Kid estaba acostumbrado a la atención, a los adultos escrutando las pecas en su piel a juego con su pelo, al deseo que provocaba al usar ropa ceñida o muy corta —que era todos los días— y a la constante preferencia de desconocidos por hombres con una cintura más estrecha, con un torso menos definido y una energía más jovial. Aunque su relación con Law estuviese avanzando hacia los dos años, las miradas continuaban —o quizá aumentaban, como la manzana prohibida que él sí se atrevió a morder— y había aprendido a jamás aceptar tratos demasiado tentadores.

En cuanto pensó en aquello, su mente huyó hacia Luffy, su rostro redondo e ilusionado y sus ojos nublados cuando Sanji los invitó a su apartamento. Aunque su novio tuviese el don de la palabra, el encanto natural era suyo, al igual que la alegría y la complicidad. En todo el camino en el Bentley Mulsanne de Sanji, Luffy no había ido de copiloto sino a su lado; contaba las mejores anécdotas, cantaba las más bellas canciones y calentaba el ambiente con su cercanía y pequeños roces, para así evitar que el ánimo decayese. Kid y Law habían compartido alguna mirada de complicidad y coincidieron en que aquel joven era una apuesta segura de diversión.

La curiosidad y las fantasías se habían mezclado entre sí, y cada mirada de Sanji por los retrovisores parecía la advertencia de una bestia que deseaba devorarlos. Quizá lo que los detuvo en aquel instante fue el quejido incómodo del cuero negro cuando el peso se trasladaba en el interior de aquel pequeño y elegante espacio; quizá fue la incertidumbre de cómo se llevaría a cabo lo que se habían imaginado pero nadie había verbalizado en palabras todavía; quizá fue la presencia de Luffy y ese sutil coqueteo que se desvanecía antes de que nadie pudiese adivinar su forma. Lo único que tuvieron claro era que aquella noche experimentarían algo nuevo y diferente a todo lo que habían sentido con anterioridad, e incluso Dios, que los odiaba, conocía cuánto lo habían necesitado.

Say the word; Eustass KidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora