Cuando no podías dejar verte, cualquier instante de libertad era el regalo más preciado. Simplemente ser, sentir y amar se convertía en una experiencia nueva, deseada y jamás eterna. Y, por desgracia, incluso en la libertad se escondía el peligro de...
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No era la primera vez que contemplaba el rostro de la Muerte tan de cerca, pero aquello no hacía más fácil cada uno de los encuentros. Como si sus pálidos dedos se hubiesen aferrado a su cuello desde hacía tiempo, el peso sobre los hombros de Kid aumentaba día tras día y arrastraba una pila de cadáveres que deseaba llevarlo por fin al Infierno al que estaba destinado.
No podía evitar replantearse cada una de sus decisiones. ¿En qué momento se había torcido todo tanto? ¿Por qué tenía que ser siempre tan impulsivo? ¿Por qué no tenían derecho a ser felices las personas como él?
—No hacía falta que...
—Cállate. Hace demasiado frío para que te quedes ahí fuera. Mi familia no tendrá problema en acogerte a ti también. Nos lo debemos entre nosotros...
La pasión y terquedad de Luffy se habían ido. No volvió a protestar, no hizo ninguna broma para disminuir la tensión. En el hueco en el que antes se habían ubicado sus pulmones, ahora lo ocupaba un agujero negro demasiado hambriento para no consumir todo lo que quedaba de él. Ni siquiera podía almacenar la furia para incendiar el mundo con su dolor; sólo la tristeza e impotencia ante un final inevitable y un gran dolor en el fondo de la garganta cada vez que tan solo respiraba. Ni siquiera le quedaban lágrimas; las había gastado junto a todas las demás posesiones que le quedaban.
Kid no se consideraba una persona especialmente compasiva. Su corazón le pertenecía de forma única a sus seres queridos y no pensaba malgastar más fuerzas de las necesarias en ser un faro en medio de las tormentas ajenas. Aun así, cualquiera que lo conociese sabría que toda su rabia acumulada no provenía de un veneno que conformase su sangre, sino de la contaminación exterior.
Kid no sabía lo que era la piedad, pero sí la justicia.
Avanzó los últimos peldaños hasta su hogar, un cuarto sin ascensor, pero lo suficientemente espacioso y económico para toda su familia, y abrió la puerta tras dos giros de llave y tres golpes a la cerradura.
Luffy prácticamente se desplomó en su sofá en cuanto lo soltó en sus proximidades y una gran nube de polvo avisó a todos los presentes de la fuerza del impacto, pero él ni pareció notarlo hasta que comenzó a toser hasta vomitar sangre. Law había sido lo suficientemente rápido para ofrecerle un cubo en cuanto lo vio abrir la boca. Su madre adoptiva, Kiku, fue a buscar prendas de ropa que le pudiesen valer en lugar de aquellas mojadas y arrugadas que llevaba puestas.
—¿Este es... Luffy? ¿Qué le ha pasado? —preguntó Law, tomándole la temperatura al recién llegado.
Su pareja siempre había tenido cierto talento para remendar los cuerpos rotos que se acumulaban en la fosa común que era la marginación social, así que dejó que buscase las respuestas que tanto deseaba por su cuenta.
Aunque le gritase en aquel momento que debían marcharse y salir corriendo de allí, su corazón de oro no le prestaría atención.
La frente de Luffy seguía ardiendo incluso después de estar a la lluvia durante toda la mañana y su piel había empalidecido por completo, lo que acentuaba el contraste con su cabello negro y las ojeras y moretones que moteaban su cara. Pronto todo él estaría en llamas y ni siquiera haría falta incinerarlo. Kid contuvo un brote de risa, a sabiendas de que no se podía permitir aquella clase de humor en la casa excepto si estaba a solas con Bonney para seguirle el juego.