Capítulo 4

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San José, Costa Rica, Congreso de los Diputados, 5 horas después de la sentencia.

—Alexa, hola —le dice una mujer formalmente vestida a otra que entra al congreso y a la que su guardia personal protege de piedras y otros objetos lanzados contra ella. La que saluda es Mar Hernández, diputada oficialista, amiga desde la infancia de Alexa Dios, la mujer que ingresa al congreso en este momento.

Sobre Alexa, ella es presidenta de la Cámara de los Diputados; por su frialdad al momento de actuar, que raya en la psicopatía, se ha ganado el sobrenombre de "La Señora", algo que le agrada escuchar de rebote.

Además de diputada y presidenta de la Cámara de los Diputados, es futura heredera de la fortuna de su padre, Andrés Valleverde, un superrico costarricense, fabricante de aparatos portátiles de medición y recomendación de nutrientes para el suelo y principal proveedor de fertilizantes en Centroamérica.

Mar viene a ser como esa amiga a la que ella vuelve cuando quiere recordar que existen los humanos. No tiene hijos ni pareja estable, los paparazzi que le siguen el paso la relacionan últimamente con el príncipe Carlos, hijo de la actual reina de España, Leonor I.

—Hola querida, por favor convoca una sesión de emergencia.

—Claro —acepta Mar—. El presidente quiere conversar contigo. Urgió que te comuniques con él.

—Contáctalo ahora —devuelve mientras camina a paso rápido. Mar intenta seguirle el ritmo; hay momentos en los que debe casi correr.

—¿Qué maldito está pasando, Alexa? Hay mil personas afuera pidiendo 10 mil derechos cada una —pregunta mientras mantiene el paso. Se nota muy preocupada; las protestas son el pan de cada día últimamente, pero esta vez es diferente, se siente como si un fantasma se paseara en el ambiente, incitando a los revoltosos a seguir. Como un pirómano en un bosque seco.

—Cálmate, solo son unos cuantos comunistas hijos de puta pidiendo lo mismo de siempre.

—Me están llegando mensajes cada 5 minutos amenazándome con matarme a mí y a mi familia. Tienen mi dirección, tienen el nombre y la dirección del guía de mis hijos. Tienen toda mi maldita información personal y de la gente cercana a mí. Creen que estamos conspirando para crear un ejército que costearemos dejando de pagar el ingreso mínimo y la educación. ¡La mayoría son mensajes firmados por ti!

—Mis credenciales fueron robadas.

—¡Joder! ¡Claro que lo sé! Pero esa gente afuera no, y si lo sabe, les importa una mierda.

—Mantén la calma, ¿quieres?

—¡Maldita sea, Alexa! Estoy cagada de miedo —Alexa se detiene y se vuelve hacia Mar.

—Si estás cagada, entonces límpiate el culo y deja de llorar, ¿ok? —le dice mientras la atrae hasta su rostro. Mar traga saliva, sabe lo dura que puede ser Alexa, pero es la primera vez que le habla así a ella. Alexa se percata de lo que ha hecho, y después de mostrar una dosis de remordimiento, y sin muchas palabras ni gestos, se disculpa—. Lo siento —seguido, la suelta.

—Es grave, ¿lo es? —pregunta Mar después de dos segundos en los que mira fijamente a los ojos de Alexa.

—Parece serlo —dice, esta vez con voz neutral—, y si crees que esto te supera, toma tus cosas y busca a tu familia. Sabes dónde puedes resguardarte hasta que esto pase. Ahora bien, si decides acompañarme, a partir de este momento, quiero ver ovarios, no lágrimas. O al menos, déjalas para cuando estés sola. —Tras esto, retoma el camino. Mar se deja caer de espalda contra la pared y abre el llanto.

En otro punto del congreso, un hombre ingresa abruptamente a la oficina de una mujer, se nota contrariado. Su nombre es Lucas Gabriel, diputado único del partido comunista. La mujer es Priscila White, líder de la facción progresista y de la oposición. Costarricense e hija de padres norteamericanos.

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