I Perenne

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——26 de agosto——

Hoy tengo otra cita con mi psiquiatra. He perdido la cuenta de cuántas llevo ya. Aquí dentro, los días se sienten idénticos, como si estuviera atrapado en un bucle sin fin.

La luz artificial del pasillo parpadea con un zumbido bajo, intermitente, como si incluso la electricidad estuviera cansada de este lugar. Afuera, más allá de las ventanas de vidrio grueso, el cielo es un gris constante. No sé si es por el clima o si mi mente ya no es capaz de imaginar otro color.

No he puesto un pie fuera desde que desperté, y la incertidumbre sobre quién soy sigue acechándome como una sombra persistente. A veces, cuando cierro los ojos, creo sentir una imagen fugaz al alcance de mis dedos. Pero cuando intento atraparla, se disuelve como arena en el viento.

En la primera sesión de terapia, intentamos reconstruir detalles básicos sobre mí. En la segunda, pasamos una hora entera en silencio, esperando que algo surgiera de mi mente. Nada. Solo el vacío. Una inmensidad oscura que se niega a ceder.

Lo peor de todo no es la amnesia. No. Lo peor es el desayuno. Una especie de mezcla insípida que insisten en llamar comida. O quizá sean las enfermeras, que me miran con esa mezcla de lástima y condescendencia, como si fuera incapaz de valerme por mi cuenta.

Hoy, Sofía, una de ellas, me trajo la bandeja como siempre. Pero en lugar de dejarla y salir, se quedó junto a mi cama, sosteniéndola con ambas manos.

—Hoy tienes terapia temprano —dijo, con una sonrisa suave, aunque sus ojos delataban cierta incomodidad—. ¿Crees que recordarás algo esta vez?

Me quedé mirándola. No por lo que dijo, sino por la forma en que lo hizo. Como si realmente quisiera saberlo, como si esperara una respuesta que significara algo para ella.

—No lo sé —contesté al final, con voz apagada.

Sofía suspiró y dejó la bandeja sobre la mesa junto a mi cama. Se cruzó de brazos y me observó con detenimiento, como si intentara descifrarme.

—Deberías salir un poco al jardín. Te haría bien —comentó.

Solté una risa seca.

—No me dejan salir.

—Podría hablar con el doctor, convencerlo. No es justo que te tengan aquí encerrado como si fueras…

No terminó la frase. Pero entendí perfectamente lo que no dijo.

—¿Como si fuera un loco? —pregunté, con una ceja levantada.

Sofía frunció los labios.

—No dije eso.

—Pero lo pensaste.

Se removió incómoda y, por un instante, pareció debatirse entre decir algo más o simplemente irse. Al final, suspiró y se encogió de hombros.

—Solo digo que estar encerrado entre estas cuatro paredes no ayuda. Tal vez, si vieras el cielo, si sintieras el viento en la cara, algo en tu cabeza haría clic.

La idea me pareció absurda. Pero, al mismo tiempo, algo en su tono… algo en la forma en que lo dijo, hizo que una punzada de añoranza se clavara en mi pecho.

—Lo intentaré —dije, aunque no creía mis propias palabras.

Sofía sonrió levemente, como si aquel mínimo avance fuera suficiente para ella. Luego, sin decir más, salió de la habitación.

Me quedé mirando la bandeja. El desayuno se veía igual de insípido que siempre. Pero, por alguna razón, esta vez no me molestó tanto.

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——27 de agosto——

Mi psiquiatra es una persona amable. Lo admiro, en cierto modo. Hay algo en él que exuda paciencia, como si no importara cuánto tarde en recordar, él estuviera dispuesto a esperar.

—Dime —dijo hoy, con su tono sereno—. ¿Alguna vez has sentido que falta una parte de ti?

La pregunta me tomó por sorpresa. ¿Falta una parte de mí? Claro que sí. Pero… ¿cuál?

Cerré los ojos. Recordé el sueño de anoche. Personas en una casa. Voces apagadas, risas. Un murmullo cálido, casi acogedor.

—Supongo que sí —murmuré al final—. Como si hubiera dejado algo atrás… pero no sé qué.

—Eso es bueno —asintió—. Significa que tu mente está intentando reconstruirse.

No le respondí.

Hoy desperté con destellos de algo... ¿un recuerdo, quizás? Vi personas en una casa. No sé quiénes eran, pero la sensación era cálida, familiar. ¿Familia? ¿Amigos? No tengo idea.

En la sesión de hoy intentaremos explorar mi pasado amoroso. La sola idea me inquieta. No sé qué es peor: descubrir que alguien me amó y yo no puedo recordarlo... o darme cuenta de que nadie lo hizo.

También espero no seguir escribiendo este diario nunca más.

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