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Sunghoon se dio cuenta de que nunca había tenido a nadie que lo apoyara, que nunca había hecho nada de lo que quería, que ni siquiera había vivido uno de tantos sueños que tenía y aún no cumplía ninguna meta de tantas que se había puesto. Y sabiendo todo eso, ¿realmente iba a casarse con alguien que no conocía? Si entre hacer todo lo que le pedían y esforzarse por alcanzar la perfección nunca había tenido tiempo para sí mismo. Nunca había pensado en lo que él quería realmente.

Y estando ahí, en esa mesa, con la tímida mirada del príncipe blanco sobre él supo que no era correcto que continuaran con los planes de esa boda. Porque miró hacia ese chico y sólo vio en él, el reflejo de la cárcel en la que se había convertido su vida. Y ni siquiera quiso sonreírle.

Empezó a agitarse y sudar, su pecho le dolió y tuvo la sensación de que se le cerraba la garganta y ya no podía respirar.

─ Esto es más que una boda. Esto es la unión de dos familias. ─hablaba una sonriente señora Shim, pero su voz para Sunghoon era lejana─. Perdonen a mí hijo, el príncipe rojo, por no estar aquí... Ha estado muy enfermo. Pero viendo que todos los presentes estamos tan felices por lo que está ocurriendo, me gustaría que...

Pero Sunghoon se puso de pie de golpe, bruscamente y llamando la atención de todos.

Gruñó cuando todas las miradas cayeron sobre él. Estaba cansado de todas esas miradas sobre él esperando a que hiciera lo que se suponía correcto.

─ Yo no estoy para nada feliz, ¿o es que están ciegos y no ven que toda esta puta mierda me tiene mal? ─golpeando la mesa con sus puños, fue su manera de decir adiós para después salir corriendo de ahí como si su vida dependiera de escapar.

Lejos. Lejos. Lejos.

Decía una voz en su interior, y él le obedeció. Porque sólo quería ir lejos. Se aferró a ese lejos.

Sin darse cuenta, ya estaba atravesando el jardín real y luego desapareciendo por donde vio desaparecer a esa cabellera roja. Y luego sólo hubieron árboles y más árboles, las ramas lo golpeaban cruelmente pero él no era capaz de detenerse.

Cuando finalmente la idea de detenerse lo invadió, tuvo la mala suerte de toparse con un hoyo en medio del bosque que estaba tapado por hojas caídas y de colores anaranjados. Y entonces se sumergió en la oscuridad y empezó a caer y caer, gritando aterrado por ayuda.

Ni siquiera sintió cuando dejó de caer, pues en cuanto golpeó su cabeza las luces terminaron de apagarse para él.

♯ 𝐒𝐈𝐍 𝐂𝐎𝐑𝐀𝐙𝐎́𝐍  | sungjakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora