PRÓLOGO

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Siento cómo el frío me atraviesa la carne. Me abro camino por ese bosque que tan bien conozco y asciendo por la ladera de un pequeño risco para ocupar una posición ventajosa. Bajo la gruesa capa de nieve, se esconde un terreno plagado de hielo, rocas y raíces ocultas con las que cualquiera podría tropezar. No hago el menor ruido al avanzar, contemplando siempre las huellas que dejo a mi paso. Un instinto depredador me invade, soy capaz de captar todos los olores que se ocultan en la floresta. Siento una tensión demasiado parecida al miedo pero no huyo del lugar, pues sé lo que me aguarda al final de este camino onírico. Una y otra vez se repite este sueño que ya casi roza la pesadilla. Todavía me quedan unos minutos de deambular por el bosque, siempre la misma historia, siempre el mismo final. Primero el risco, después la gran roca, un breve paseo por el arroyo congelado, donde veo el reflejo de mis brillantes colmillos y, por último, la luz. Ese es el momento justo cuando la cosa se complica. Cuando veo el brillo a lo lejos, los copos de nieve comienzan a caer. Sé que tengo que ir hacia luz, su resplandor me llama. El corazón se me acelera a medida que me acerco, atravesando el bosque y sorteando numerosos obstáculos. No me importa, me siento fuerte y ágil, y ninguna sorpresa me espera al final del camino. Cuando miro hacia el suelo veo las huellas de animal que dejo a mi paso. Un nuevo olor se entremezcla con el aroma a pino y nieve recién caída: es madera quemada. Cuando por fin alcanzo mi objetivo, me descubro en mitad de un claro donde una gran hoguera brilla con furia, desprendiendo pavesas que se alzan hacia el cielo nocturno como luciérnagas incandescentes. Mi instinto animal me grita que huya, que me aleje cuanto antes de allí, pero yo sé que debo acercarme, mirar en lo más profundo de sus llamas. El calor me envuelve como un abrazo, es agradable, siento cómo la escarcha amarrada a mi pelaje se deshace. Entonces mi ojos se posan en las danzarinas llamas, buscando un mensaje, una respuesta. Queda poco para que el sueño se acabe pero rezo por que esta vez dure un poco más. El fuego se vuelve caprichoso y, de repente, algo comienza a tomar forma en su interior. Parece el rostro de un animal y me devuelve la mirada con unos ojos rojos que parecen guardar el secreto de la existencia del mismísimo universo. Intento preguntarle qué tipo de criatura es pero no hablamos el mismo lenguaje animal. Tampoco soy capaz de discernir de qué tipo de bestia se trata. No es que sea una clase de criatura extraña, sencillamente mi subconsciente juega conmigo, y como en cualquier sueño nada tiene por qué tener sentido. Eso me enfada y me inquieta al mismo tiempo. Ya queda poco para despertarme. Las primeras veces no me di cuenta pero ahora sé que el fuego de la hoguera está creciendo, se desplaza como culebrillas por el suelo y de repente el bosque estalla en un violento incendio. Doy media vuelta e intento huir, cuatro patas son más rápidas que las dos piernas que me esperan cuando despierte, pero no lo suficiente. Puedo sentir el fuego cerca, el olor a quemado, la ceniza que sustituye a la nieve. Para cuando llego de nuevo al risco sé que todo ha terminado. Lo único diferente en cada sueño es decidir cómo despertar: arrojándome al vacío o dejando que las llamas me engullan. Esta vez no lo pienso y me precipito por el peñasco escarpado. Por suerte, el vacío y el vértigo que oprimen mi estómago se encargan de despertarme. Sobresaltado, de nuevo en la cama de mi apartamento, sé que pronto regresaré a ese bosque. Tal vez la siguiente vez necesite cazar, arrebatar una vida y alimentarme; o tal vez en la próxima ocasión no despierte de mi eterna pesadilla.

Los aullidos del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora