Nunca he sido una persona con un interés particular en la lectura, a pesar de haber salido con uno de los escritores más famosos del país. Eso no significa que no disponga de un rico vocabulario, pues los años de estudio en la universidad, la lectura de densos manuales sobre legislación y mi trabajo como abogado, han enriquecido mi léxico a lo largo de los años. No obstante, Pol era un obseso de las palabras en desuso e incluso del castellano antiguo. Cuando vivíamos juntos, le gustaba enseñarme el significado de algún vocablo extraño y, como si de un juego personal se tratase, decidíamos usarlo de manera forzada en nuestras conversaciones hasta que se convertía en una palabra más de nuestro día a día.
Después de mi encuentro con Rui en Niiks, no puedo evitar pensar en la palabra isagoge. Su origen proviene del griego antiguo y significa: introducción o preámbulo. Creo que no existe palabra más rara y que mejor exprese todo lo que se me avecinaba en aquel momento. Pues hablamos de la isagoge, del extraño preámbulo antes de meterme en la boca del lobo. Literalmente hablando. Pero no adelantemos los acontecimientos.
Como decía, tras mi cita con Rui y su extraña petición, los días transcurrieron grises, lentos y monótonos. Iba de casa al trabajo y del trabajo a casa. Hubo un día que me sentí original y al fin decidí adquirir vasos, platos y cubiertos para mi nuevo apartamento. Incluso me aventuré a comprar una planta para darle algo de vida y color a las cuatro paredes que se habían convertido en mi cárcel. Una de las de verdad, no de plástico. Te parecerá ridículo todo esto, pero para una persona que arrastra una depresión de caballo, cualquier esfuerzo, por mínimo que sea, ya es todo un logro. De modo que no me juzgues si presumo de mi planta.
La propuesta me hizo pensar mucho. He de confesar que aproveché para investigar en internet sobre las plantas ancestrales, sus efectos y los peligros que acarrean. Llegué incluso a sopesar si era buena idea o no ir al evento. Tras varios días sin hablar de otra cosa que no fuese de trabajo con mi amigo, en contra de mi buen juicio y a pesar de las opiniones que había leído en la red, me preparé para salir de compras con Rui. Por algún extraño motivo, el disfraz para la fiesta de Halloween era muy concreto. Debíamos llevar máscaras de animales. No pude evitar visualizarme con un antifaz de conejo tomando setas alucinógenas con un grupo de raritos. Todo aquello era ridículo. Desafortunadamente, mis conjeturas estaban muy alejadas de la realidad. Rui me citó en un establecimiento del centro de Madrid que jamás habría imaginado visitar. Cómo no, llegué tarde.
-Lo siento mucho -jadeé-. No encontraba esta maldita calle, ¿no había un sitio mejor en el que quedar?
-¿Se te ocurre un sitio mejor donde comprar máscaras de animales? -una de sus cejas se inclinó con curiosidad.
Fue entonces cuando me di cuenta del tipo de establecimiento al que íbamos. Miré con espanto el pequeño escaparate. A pesar del polvo y la suciedad en el cristal, pude vislumbrar el interior del local.
-¿Es una broma?
-No. No lo es.
Hizo un gesto como si fuese su invitado para que entrase yo primero. El silencio se extendió entre nosotros. Eramos los únicos clientes en aquel momento por lo que la situación se hizo aún más incómoda. No tardamos en atraer la atención de un dependiente entrado en años.
-¿Estáis buscando algo en concreto?
-Vamos a echar un vistazo, si necesitamos ayuda le diremos algo -respondió Rui.
El hombre pareció ofendido pero no dijo nada. Se quedó tras la caja registradora mirándonos de reojo. En otro tipo de situación, me habría comportado con auténtica dignidad. Pero en aquel momento, le lancé una mirada hosca a Rui. ¿En qué estaba pensando? Me había traído a una tienda de productos fetichistas. El lugar era oscuro y sórdido, prácticamente oculto a las miradas del público pese a estar en una céntrica calle de Madrid. Había un muestrario de juguetes eróticos recubiertos de polvo; también un rincón con lencería femenina; infinidad de perchas de las que colgaban arneses y complementos de cuero; incluso dos enormes jaulas con maniquís encerrados y amordazados. No tardé en localizar aquello por lo que realmente habíamos ido hasta allí: las máscaras. Había docenas de ellas en una estantería, de muchos tipos y colores, todas ellas hechas de cuero, látex o neopreno.
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Los aullidos del lobo
Fantasyʜᴀʏ ᴜɴ ᴀɴɪᴍᴀʟ ǫᴜᴇ ᴅᴜᴇʀᴍᴇ ᴇɴ ʟᴏ ᴍás ᴘʀᴏғᴜɴᴅᴏ ᴅᴇ ɴᴜᴇsᴛʀᴏ ɪɴsᴛɪɴᴛᴏ, ᴇsᴘᴇʀᴀɴᴅᴏ ᴀ sᴇʀ ʟɪʙᴇʀᴀᴅᴏ. Hugo se encuentra en el peor momento de su vida. Tras romper con su novio y tocar fondo, luchando por vencer a la sombra de la depresión, una noche conoce a u...