2. TE PRESENTO MI VIDA

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     Mi exnovio solía describir a los personajes de sus novelas en alguna escena en la que casualmente se veían reflejados en un espejo y entonces aprovechaba para darte todos los detalles físicos. Siempre me reí mucho de él por utilizar ese cliché de autor comercial. Por eso yo prefiero contarte directamente cómo soy, o al menos cómo me veo yo, sin necesidad de describirte mi reflejo en un cristal. Creo que ya te he comentado que me siento un tío del montón: estatura media, tripita cervecera y pelo negro y rizado, salpicado por alguna que otra cana. Si me debo quedar con algún aspecto físico que me guste de mí, sin duda diría: mis ojos, de un verde oscuro que, pese a no tener un cuerpo muy trabajado, siempre me han ayudado a ligar. Tal vez también podría añadir mi sonrisa, cuyo resultado es fruto de una cruel ortodoncia que se prolongó más tiempo del deseado durante mi adolescencia.

     Como te comentaba anteriormente, cuando mi relación se acabó caí en una profunda depresión. Mi mundo, tal y como lo conocía, desapareció. Para mi desgracia, lo único que quedó fue mi trabajo de abogado en una empresa que realmente aborrecía. Yo siempre había querido dedicarme a defender los derechos de los animales y proteger el medioambiente y, sin embargo, acabé representando los intereses de una gran multinacional que se dedicaba a fabricar y vender armamento. Odiaba mi trabajo, odiaba a mi empresa y odiaba a mi jefe más que a nada en el mundo, después de a Pol, claro.

     Déjame que te hable de los primeros días sin Pol, que te presente mi vida por aquel entonces. Me mudé a un pequeño apartamento que se encontraba a casi una hora de viaje en metro a cualquier parte de la ciudad. Algunos amigos me habían propuesto pasar unos días con ellos pero rechacé educadamente las invitaciones. Realmente en aquellos momentos necesitaba estar solo, tener un espacio donde aislarme con mis pensamientos y una nevera repleta de botellas de vino. Mi nuevo hogar era un cuchitril. Si alguien me preguntaba, presumía de haberme mudado a un pequeño estudio, moderno y funcional. La realidad es que vivía encerrado entre cuatro paredes que usaba como salón, dormitorio y cocina, todo en uno, sin ningún tipo de separación. Al menos contaba con un cuarto de baño aparte que, pese a la escasez de metros cuadrados, disponía de una pequeña bañera. Te juro que en aquella época, esa bañera se convirtió en mi espacio preferido del piso. Me gustaba llenarla hasta arriba de recuerdos e inseguridades y sumergir mi ansiedad en ella al tiempo que el agua y la espuma se desbordaban. Cuántas noches lloré en ese baño, bebiendo vino y mezclando mis lágrimas con el jabón.

     Tras la ruptura, y con una mudanza de por medio, decidí cogerme unos días libres en el trabajo. Por aquel entonces, el otoño había llegado a la ciudad. Los árboles se estaban desnudando con una lluvia de hojas que teñía las calles de colores cálidos. Cada mañana al despertar, notaba mi cama fría. Tardé mucho tiempo en dejar de estirar mis brazos buscando el calor de Pol. La de veces que recé por despertar de lo que me parecía un mal sueño, deseando encontrarme de nuevo junto a él. Es una sensación extraña, pero cuando te acostumbras tanto a vivir con alguien, el día que falta en tu vida es como si no supieses lo que tienes que hacer. Al despertar, siempre me quedaba unos minutos en la cama mirando al vacío, divagando entre mis pensamientos oscuros y tortuosos. Probablemente, lo más sensato hubiese sido no estar solo aquellas primeras semanas, pero el nubarrón metafórico que me acompañaba a todas partes me impidió ver el horizonte con claridad. Tampoco ayudó aderezar mi tristeza con alcohol y canciones melancólicas en bucle. Lo cierto es que el vino y la música se volvieron mis mejores amigos. De hecho, siempre me había gustado cantar y componer pequeñas canciones, acompañándolas con una vieja guitarra que había encontrado en un mercadillo de objetos de segunda mano. Te puedes imaginar qué tipo de canciones se me ocurría componer por aquella época. Qué difícil es luchar contra nuestra mente cuando se convierte en nuestra peor enemiga.

     Dejando a un lado por unos instantes mi drama, antes de que te canses de mi historia, como te contaba el otoño había llegado a la ciudad. Esto me cabreaba, significaba que el frío y la lluvia regresaban a la ciudad, las horas de luz se acortaban y todo se volvía exageradamente melancólico. Además, me molestaba saber que estábamos en la estación favorita de Pol. Él solía decir que el otoño era una nueva primavera, solo que las flores eran sustituidas por hojas de colores. Maldito pedante, estoy seguro de que esa frase no era ni suya. En cualquier caso, mis días libres se acabaron y tuve que regresar al trabajo. Insisto en que el otoño había llegado a la ciudad porque todavía recuerdo el diluvió que cayó el día que volví a la oficina. Era tal la tromba de agua, que muchas calles quedaron anegadas y el transporte público colapsado. Tardé más de dos horas en llegar al trabajo y, por supuesto, llegué tarde. Aún recuerdo entrar en el edificio con la ropa empapada, deseando en aquel momento llegar a mi mesa, soltar mi maletín e irme a por un café muy caliente, cuando, para mi desgracia, me encontré a mi jefe esperándome con su habitual cara de perro rabioso.

Los aullidos del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora