Capítulo 3

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—Lo sé, amigo. Estaré allí en unos minutos —respondió un joven de pelo negro corto y bien recortado a la otra persona al otro lado de su llamada.

Tenía el teléfono pegado a la oreja con una mano y con la otra se aferraba al volante.

—No, en realidad no. Acabo de llegar al país esta mañana... No, no me he ido a casa —afirmó mientras intentaba sujetar el móvil entre la oreja y el hombro y trataba de coger su bebida con la otra, por lo que apartó la vista de la carretera.

Lo consiguió, pero para cuando volvió a tener los ojos en la carretera, se dio cuenta de que el semáforo se había puesto en rojo y que una joven cruzaba lentamente la calle.

Rápidamente soltó el teléfono y dejó caer la bebida en su sitio y, con las dos manos ahora en el volante, intentó reducir la velocidad. Era algo que debería haber hecho gradualmente desde una gran distancia y ahora, incluso después de pisar los frenos, dudaba que fuera a detenerse a tiempo antes de golpear a la joven. Ella no facilitaba las cosas tomándose su tiempo al caminar. Parecía que no tenía ni idea de que un coche se estaba acercando y cuando por fin giró la cabeza en su dirección, ya era demasiado tarde.

* * * * *

Ema se vio a sí misma caer al suelo cuando el coche finalmente se detuvo, apenas rozándola. Todo estaba borroso. Su visión era borrosa y su audición por un segundo fue anormal ya que todo lo que escuchaba era su corazón latiendo cada vez más rápido en sus oídos.

A través de su visión borrosa, vio a alguien salir rápidamente del coche y no pudo distinguir la cara de la persona mientras se acercaba a ella. Vio que los labios de la persona se movían mientras se inclinaba hacia ella, pero no oyó nada. No pudo distinguir sus palabras. Parpadeó varias veces para recuperar la visión y poco a poco volvió a tener capacidad auditiva.

—Señorita, ¿está usted bien? —Oyó por fin la voz del joven.

Consiguió levantar la vista hacia su rostro, aunque todavía se sentía confusa por lo que acababa de suceder.

—Lo siento mucho. No te vi allí. Espero que no estés herida. ¿Estás bien? —le preguntó con cuidado al notar que ella intentaba ponerse de pie y se ofreció a ayudarla.

Ella se estremeció ante un repentino y agudo dolor en el tobillo y llevó sus manos a frotarlo.

—¿Te duele? —le preguntó al notar su reacción.

—Claro que sí —respondió ella, frustrada por la constante repetición de sus preguntas.

—¿Por qué demonios has conducido de esa manera? Casi me matas —se quejó ella mientras se aliviaba el tobillo derecho como si eso fuera a mejorar las cosas.

—Lo siento. No era mi intención. Deja que te ayude. Te llevaré al hospital, necesitas ver a un médico...

—¡No, no lo necesito! —le espetó ella mientras rechazaba su oferta de ayuda.

—Estoy bien. Por favor, sigue adelante y vete —le dijo sin mirarle a la cara y trató de ponerse en pie por su cuenta. Estaba decidida a demostrarle que estaba bien.

—No, no lo estás, y por favor déjame ayudarte.

—Ya te he dicho que no necesito tu ayuda. ¿Por qué te empeñas en perder el tiempo? —le preguntó retóricamente mientras conseguía ponerse en pie con dolor apoyándose sólo en el pie izquierdo.

No había intentado apoyar ningún peso en el pie derecho. Iba a hacerlo. Él permaneció en silencio mientras la observaba, sin saberlo, irritado por su terquedad.

—Necesitas un médico...

—No, no lo necesito —le cortó ella mientras se colgaba bien el bolso del hombro y trataba de dar un paso adelante, alejándose de él. Decidió probar con el pie derecho, pero un dolor agudo la hundió, haciéndole quitar el peso del pie inconscientemente. Entonces perdió el equilibrio y habría caído al suelo de no ser por los brazos del apuesto joven que estaba detrás de ella.

El placer de PecarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora