Lazos Rotos

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Carrie se miraba al espejo, inmersa en los detalles del vestido que caía sobre su cuerpo con una delicadeza que le era ajena. El tono rosa salmón del tejido resaltaba la palidez de su piel, mientras que la flor bordada en el pecho le daba un aire frágil, casi como si el vestido estuviera hecho de algo tan efímero como el polvo de hadas. Se pasó la mano por encima de su pecho, acariciando la tela con una mezcla de extrañeza y curiosidad, un atisbo de normalidad que casi lograba hacerla sentir como una chica común. Pero sabía que era un sueño lejano; en la casa de Margaret, esos pensamientos eran una especie de herejía.

Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos abruptamente cuando la puerta se abrió de golpe, casi arrancándola de sus bisagras. Margaret apareció al otro lado, su expresión endurecida como una máscara de furia contenida. Sus ojos parecían arder con una luz intensa, como si cada movimiento de su hija frente al espejo fuera una provocación directa.

—¿Qué estás haciendo, Carrie? —preguntó, sus palabras llenas de veneno y juicio, mientras observaba el vestido de su hija con una repulsión apenas contenida.

Carrie sostuvo su mirada en el espejo por un segundo antes de volverse hacia ella, enfrentándola con una determinación que rara vez sacaba a la luz.

—Planeo ir al baile esta noche, mamá —dijo, su voz fuerte pero temblorosa, desafiante en un intento por esconder su propio miedo.

Margaret entrecerró los ojos, como si esas palabras hubieran cruzado una línea que nadie, mucho menos Carrie, debería atreverse a cruzar.

—¿Y piensas que te daré permiso para hacerlo? —su tono era una mezcla de incredulidad y desdén.

Carrie le sostuvo la mirada, sus manos apretadas en puños.

—No planeaba que lo hicieras —replicó con un hilo de voz, sintiendo el nudo de miedo y rabia crecer en su pecho.

Margaret avanzó hacia ella, cada paso cargado de una ira gélida.

—¡No irás y punto! —dijo, su voz como un latigazo—. Te lo prohíbo, Carrie.

Carrie alzó la cabeza, sintiendo cómo su propia rabia comenzaba a hervir. No era justo, no después de todo lo que había soportado en aquella casa, cada restricción, cada castigo, cada humillación. Ella merecía al menos un instante de normalidad.

—¡Esto no es justo! Merezco ir a ese baile —protestó, con más fuerza esta vez.

—¿Justo? —repitió Margaret, y una sonrisa torcida se dibujó en sus labios mientras la miraba—. Lo único que es justo es que recuerdes quién eres y lo que el mundo te hará si dejas que ellos te tienten. Ir a ese baile solo te traerá dolor, consecuencias... ¡Son mundanos, Carrie! ¡Nada bueno saldrá de unirte a ellos!

La chica alzó la voz, harta de esas palabras, harto del mismo discurso de siempre.

—¡Siempre dices lo mismo! —gritó, sus ojos brillando con una intensidad nueva—. ¿Por qué no puedo ser como los demás? ¡Déjame vivir mi vida!

Se dirigió a la puerta, decidida a no ceder esta vez, pero Margaret la siguió, cada paso de su madre resonando como una amenaza en las escaleras mientras Carrie bajaba con apuro.

—¿Y quién piensa llevarte, eh? —gritó Margaret detrás de ella, casi escupiendo las palabras—. ¡No tienes auto, Carrie! No puedes llegar a ese lugar sin la ayuda de un hombre, y sabes que ellos solo buscan una cosa.

Carrie apretó los labios, cada palabra de su madre alimentando su propia rabia. De repente, sintió la mano de Margaret enredándose en su cabello y tirando hacia atrás con una fuerza brutal, una táctica conocida, el modo favorito de su madre para detenerla cuando sentía que perdía el control. Carrie respiró hondo, sintiendo el dolor lacerante en el cuero cabelludo, pero no iba a dejar que eso la frenara.

𝑨𝒑𝒆𝒙 𝒑𝒓𝒆𝒅𝒂𝒕𝒐𝒓𝒔 - 𝒞𝒶𝓇𝓇𝒾ℯ 𝒲𝒽𝒾𝓉ℯ & 𝒜𝓃𝒹𝓇ℯ𝓌 𝒟ℯ𝓉𝓂ℯ𝓇.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora