En un pequeño y desordenado departamento en Nueva York, Amy Santiago caminaba descalza y de puntitas intentando no tocar el helado piso por completo.
Su cabello suelto balanceándose de un lado a otro mientras ella corría apresurada y la camiseta gris bailando sobre sus muslos, alcanzando apenas a cubrir el lunar que tenía en la pierna derecha, tenían a su recién-declarado novio completamente hipnotizado.
Era preciosa, toda ella, con sus ojos bien abiertos y sus dientes reteniendo su labio inferior como si eso la distrajera lo suficiente del frío; un ligero rubor en sus mejillas y una marca roja recién hecha, un poco más notoria, asomándose por el cuello de la camiseta a la altura de su clavícula.Jake no sabía cómo había llegado a ser merecedor de tanta suerte.
-¡Ok, volví!-exclamó Amy mientras saltaba de vuelta a la cama.-Traje los dulces que pediste y el periódico para mi.-canturreó orgullosa.
-Oh, Ames,-comenzó a decir Peralta usando su tono burlesco-¿por qué no sólo lees las noticias en tu teléfono como cualquier otra persona?
Ella lo miró como si estuviera loco.
-¿Y perderme de la sensación de llenar los crucigramas a mano? No, gracias.-se negó contundentemente.
Jake la miró con una sonrisa silenciosa. Vaya que era toda una nerd.
Él sabía que podía preguntarle absolutamente cualquier cosa que se le ocurriera y ella simplemente sabría la respuesta. Su mente era increíble, era lista como nadie más en el mundo, era sagaz e ingeniosa y podía voltear cada una de las bromas que él le hacía como ninguna otra persona lo había hecho jamás.
Era perfecta, aún en los momentos en los que ella no se sentía como tal.
Sin embargo para Jake no había una sola cosa, un sólo detalle en Santiago que no fuera digno de admirar. Sus cualidades, que parecían nunca terminar, sus rarezas, sus manías, sus excentricidades; él las adoraba, todas y cada una de ellas y cada día que pasaba descubriendo una nueva era un día que valía completamente la pena así no hubiera logrado nada más.
Estaba loco por ella, de una forma en la que nunca se había preparado para estar.
A veces pensaba que quizá no sólo estaba loco por ella sino que simplemente estaba loco y ya. Porque no era posible que sintiera tanto. No era posible que sintiera tan fuerte.Llevaban apenas tres días saliendo oficialmente, novio y novia, que se tomaban de la mano y se besaban durante la hora del almuerzo en la mañana y luego dormían juntos durante la noche. Jake no lo creía, pero ahí estaba; cuando llegaba el momento de descansar él cerraba los ojos, completamente aterrado, creyendo que al abrirlos a la mañana siguiente vería sólo un espacio vacío al otro lado de la cama. Sin embargo amanecía y cuando el chico veía que su pesadilla no se había cumplido para él era aún más difícil de creer.
Le parecía un disparate, algo demencial, porque Jake estaba consciente de cuánto tiempo había invertido recordándose que nunca, jamás, conseguiría estar con su compañera. Era un sentimiento horrible, como si el criminal al que había pasado toda su vida buscando lo hubiera encontrado primero sólo para dispararle por detrás. No había manera de ser positivo respecto a eso y aunque doliera, él sabía que entre más rápido se deshiciera de sus esperanzas menos difícil resultaría seguir adelante.La verdad es que no le había ido muy bien, así que sin más cambió de estrategia.
Estuvo meses intentando convencerse no de que nunca tendría chance de estar en una relación con Santiago, sino de que, si lo lograba, terminaría odiándolo. Se dijo a sí mismo que estar con Amy debía ser aburridísimo. Todas esas desventajas: tener que escucharla hablar del artículo que había leído y el documental que había visto, verla organizar y reorganizar cada rincón de su apartamento y aún peor, tener que preocuparse por mantener ese orden... Pasaría los sábados mirando una película tediosa o una presentación sobre datos estadísticos. Cada fin de semana revisando tablas y gráficas y ¡Dios!
¡¿Qué si la película venía con subtítulos?!

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No Le Cuentes Al Precinto // (Peraltiago One-Shots)
FanfictionJake y Amy se conocían desde hacía años. A veces sólo hacía falta que se miraran para saber lo que el otro estaba pensando y en casos como este, era bastante obvio: no le cuentes al precinto. Todas las historias que nuestra pareja favorita nunca le...