Capítulo 11

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Capítulo XI

A solas con el déspota, él se dedicó a recoger los mapas sobre la mesa sin hablar. No había pasado un minuto entero, cuando pisadas fuertes empezaron a escucharse aún desde lo lejos, la puerta estaba abierta así que los sonidos volvían a fluir. Habría jurado que sea quién fuera que se acercara, debía tener pies de piedra. Curiosa cual gato, incliné mi cabeza hacia la entrada, y a los pocos momentos entró una mujer, yo di un respingo involuntario de asombro.

Nunca había visto o imaginado ver a una vampiro tan vieja.

Su rostro larguirucho estaba cubierto de arrugas profundamente marcadas como la corteza de un árbol seco, tanto, que su piel no parecía piel sino concreto. La nariz chata. Ojos redondos, abiertos, amenazantes. No sabía si aquella línea torcida sobre su mentón era su boca, tenía mis dudas. Iba vestida con un traje muy simple, casi sin forma, quizás sólo había cortado un par de metros de tela para cocer sus extremos de mala gana, tela que además lucía áspera, desteñida y de pésimo gusto. Las canas las tenía ceñidas en una trenza fuerte, éstas le halaban la piel de la cara hacia atrás, dándole todavía mayor aspecto de rigidez. Pero no era sólo su porte el que reflejaba inflexibilidad. De pie en la entrada, sujetó sus manos frente a ella, tensando sus gruesos hombros. Su mirada era hosca y fija, la mantenía sobre mí, estudiándome con gesto ruin. Me sentí ofendida de inmediato y frunciendo el ceño, erguí mi espalda para mirarle con ojos retadores y con el mismo descaro que ella manejaba. En respuesta, curvó su intento de boca en medio arco tan rígido como frío, sólo entonces sus implacables ojos se movieron en dirección al Zethee.

–¿Daniel?– dijo, con una voz que bien sonaba como si estuviera atragantada con algo.

El interpelado desvió la atención de las Kavoopias para mirarla, luego a mí, luego de vuelta a ella.

–Es Damara, la hermana menor de Diego.

De repente, las palabras de él transfiguraron aún más aquel rostro apático, demostrándome auténtico desprecio.

–Yo sé lo que eres– usó tono de acero –Problemas, eso eres. Problemas desde el instante mismo en que llegaste por primera vez a nosotros y un problema mayor ahora que has crecido– bufó, casi sonreída –Problemas y excusas. Un pretexto de tu hermano para mendigar privilegios en lugar de trabajar.

–¡¿Pero qué es lo que le pasa a esta vieja?!– hablé atónita –Ni siquiera la conozco..

–Damara.

Volví a escuchar mi nombre de labios de él, casi involuntaria le dediqué mi vista y éste me miraba fijo pero con expresión suave, por primera vez encontraba en él cordialidad. Esto me desconcertó por completo, adiviné que pretendía tranquilizarme. Para cuando volví hacia la mujer, ésta se satisfacía en una mueca de victoria.

–¿Y qué hace aquí?– preguntó con desdén.

–Europa, estamos bastante ocupados, si vienes sólo a molestar haz el favor de irte ya.

–Los mellizos quieren verte, Señor.

–No tengo tiempo para sus tonterías.

–¿Desde cuándo no les escuchas?

–¿Desde cuándo no tienen algo de verdad importante que decir?

–Tal vez lo tengan ahora, glorioso, dicen que es urgente.

–Sea lo que sea, puede esperar.

La mujer volvió a mí.

–Astuto ese Diego ¿O no? Protegiendo una semilla para cultivar una flor, o una maleza, una hiedra trepadora que ahora amenaza con reptar al trono. Ya que no llegó a tiempo con Elizabeth, quiso asegurarse de manejar una segunda jugada.

Festival de Cadáveres  | Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora