Capítulo 7

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Capítulo VII

A pesar del corto tiempo, Elizabeth se había convertido en un apoyo importante para mí. Ahora que le había descubierto tan indispuesta, la ausencia de su alegría parecía haberse llevado la mía. Y no sólo eso, sino que además el repentino ataque que había descargado en mi contra, me hería. Sus palabras habían sido para mí lo mismo que uñas rasgando una pizarra, por tanto no quería siquiera pensar en ellas. Esforzándome por ignorarlo todo, me desnudé, me envolví en una toalla y me fui a tomar un baño, eso sí que sería reconfortante.

¡Vaya que era una buena ducha! Sus dimensiones bien habrían podido representar la mitad de lo que era mi casa, dos de sus lados estaban revestidos de una serie de armarios, una pared había sido sustituida al cien por ciento por un espejo, y estaba adornado además por un sinnúmero de candelabros. Aunque tarde ya, era de día todavía, pero se me ocurrió que si cerraba muy bien la puerta y desplegaba las cortinas sobre la ventana, podría darle un ambiente nocturno. Revisé los armarios y ¡Qué éxito! Descubrí centenares de velas de distintos tamaños para estrenar. Habiendo puesto una sobre cada espacio vacío, me dediqué finalmente a encenderlas, no sentía calor pero crucé los dedos porque el agua saliera fría ¡Y bingo! La dejé correr para que llenara la tina. Demasiado curiosa y ansiosa por todo aquello, continué fisgoneando qué otra cosa podría haber allí. Encontré así toda una colección de jabones, perfumes, aceites, y lociones, todos con una cantidad de fragancias distintas a escoger. Eligiendo la esencia que me pareció más sutil, finalmente me dispuse a disfrutar del baño. Sumergirme en el agua helada fue el contraste perfecto para la calidez que cedía al ambiente, pensé entonces que nada de lo que me esperara pudiera ser tan malo como para descompensar aquello y que no habría preocupación que la ducha no pudiera lavar. Relajándome, pensé en la reunión legal que me había perdido, esperaba que ser sincera en mi explicación fuera suficiente a la hora de justificarme. Cerré mis ojos. Mi ritmo del sueño había cambiado, por lo que no necesitaba dormir aún, pero eso no me impediría reposar para despejar la mente.

Apenas si comenzaba a hacerlo cuando golpearon la puerta de mi habitación con fuerza.

–¡Pero qué demonios!– grité, golpeando con ambas manos el borde de la tina.

Al parecer no me dejarían tener ni un solo minuto de paz. Saliendo del agua, caminé desnuda hasta el armario y me lancé encima el primer camisón que encontré, mi piel estaba mojada pero la tela oscura no dejaría exhibir nada más allá de lo deseado. Dado que tardaba, volvieron a golpear.

–¡Ya voy!, ¡Ya voy!, ¡Maldición!

Refunfuñando por lo bajo, fui hasta la entrada.

–¿¡Ahora qué pasa!?– pregunté, al tiempo que abría.

Un vampiro desconocido y con cara de pocos amigos me observaba con desdén, me crucé de brazos.

–¿Y tú qué?– le dije, llevando mis manos a la cintura.

–Se requiere tu presencia ante el Zethee– anunció.

–Ah– puse los ojos en blanco. Tras resoplar, le hablé con una mueca –Sí, estoy a mitad de mi ducha. Iré más tarde, cuando me aliste.

–Vendrás ahora– puntualizó.

–Emmm... No lo creo. Me daré prisa, no te preocupes. Puedes decirle que en una hora estaré con él... ¡¡AUCH!!– sin más, ni más, tiró de mí fuera de la alcoba, halando el pomo de la puerta con su mano libre para cerrarla.

–Dije que ahora. Si sabes lo que te conviene, no harás escándalo.

Fulminándolo con odio, apreté los dientes.

Festival de Cadáveres  | Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora