Blanca Navidad

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ERIKA

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ERIKA

No me puedo creer que hayamos vivido toda la vida en Green Valley y nunca conociéramos a Mauricio y a su hijo hasta ahora.

No hasta que el hombre compró el local y abrió el negocio y mamá, nada más entrar por la puerta, se enamoró perdidamente de él como no lo había hecho jamás.

Suspiro mientras saco el teléfono móvil del bolsillo de mi abrigo y me reacomodo la bufanda para que me tape bien el cuello. Estamos casi en diciembre y el frío y la nieve ya han llegado a Green Valley, como es habitual por estas fechas.

Por suerte, el microclima del que dispone el valle entre montañas y bosques milenarios de coníferas hace que no sea tan cortante como en otras partes al norte de Canadá, pero aun así es bastante intenso.

Esme coge el teléfono antes de que acabe de sonar el primer timbre.

—Adivina qué-

—Tu madre va a casarse —me interrumpe.

—Espera, ¿qué?

Debería estar acostumbrada a las excentricidades de mi mejor amiga, pero Esme muchas veces me pilla por sorpresa. Como su tía Ana, que es aún peor que ella con estas cosas.

Lo de pillarte desprevenida con alguna predicción, digo.

—Tu madre —me repite con paciencia, pero con el tono de voz destilando entusiasmo—. Que va a casarse. A Emparejarse, creo. Esta semana, seguramente. Eso me dicen mis instintos mágicos, y a la tía Anastasia también. La he llamado y dice que ella también lo presiente.

Pues vaya, sí que soy buena como casamentera. Quizá debería abrir un negocio de Emparejamiento o algo así.

Entretengo el pensamiento durante unos segundos, pero lo descarto porque soy muy feliz en mi trabajo. Aunque ahora mismo esté en el paro porque el niño del que cuidaba ya no es tan niño y por ende ya no necesita que le haga de niñera.

Se va a la universidad en unos meses. Qué rápido pasa el tiempo. Solo hace unos pocos años tenía nueve y era un diablillo que no paraba quieto, y ahora va a ser biólogo marino. Me hace sentirme mayor, y eso que apenas paso de los treinta.

En fin, llevo muchos años cuidando niños y viéndolos crecer, con el sentimiento agridulce pero bonito que ello conlleva cuando me despido de ellos.

Es lo que soy. Niñera profesional, digo. Y, ocasionalmente, suelo bromear con Esme, ama de llaves, ya que suelo trabajar como interna en casas con padres que necesitan una mano extra, y a veces eso implica echar una mano en las tareas del hogar, también.

Como las au pair, pero quizá un poco mejor pagada, ya que me dedico exclusivamente a ello y no a trabajar como interna mientras estudio o trabajo en otra cosa como hacen muchas de mis compañeras y como hice yo en mis inicios antes de decidir que me gustaba más cuidar de niños que seguir estudiando, y que podía ganarme la vida con ello.

Un Cambiante para NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora