The twelve days of Christmas

8 2 0
                                    

DEVON

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

DEVON

—¿Y no podemos ir con la Señora Lindt? ¿No puede volver sólo por esta vez? Porfaaa.

Me trago el suspiro que amenaza con salir de mi garganta por enésima vez en este día y observo el pequeño rostro compungido de uno de mis dos hijos, Clarke, que acaba de hacer la misma pregunta por decimoséptima vez consecutiva.

Seguramente pensando que, si pregunta una docena de veces más, cederé de puro agotamiento. Y, en otras circunstancias, seguramente tendría razón. Pero esta vez simplemente no puede ser.

Me va a estallar la cabeza, pienso mientras termino de anudarme la corbata.

Odio esta estúpida cosa. Nunca se me da bien lo de hacer el nudo y no soporto tener algo atado a la garganta. Manías de mi animal interior, supongo.

—No, la Señora Lindt no puede ir. Lo siento, pequeñajo, pero vais a tener que quedaros en casa este año si no encuentro a alguien a tiempo.

—¡Pues encuéntralo! —protesta George, el gemelo de Clarke, con enfado y con los ojos llenos de lágrimas de frustración.

Se me encoge el corazón y se me retuercen las tripas al ver a mi hijo así. Molesto conmigo y con la vida por circunstancias que ninguno podemos controlar, pero demasiado pequeño como para entenderlo.

—No entiendo por qué no podemos ir con Michael y sus papás. Aunque nos miren mal —añade Clarke con un puchero.

Porque Michael puede que sea amigo de mis hijos, pero sus padres son unos snobs inaguantables, pienso soltando ese suspiro que he estado aguantándome desde hace horas.

Aun así, no tendré más remedio que tragarme el orgullo y pedirles que los lleven a la fiesta de Navidad que ha organizado el colegio si no encuentro a nadie más, porque no quiero privar a mis hijos de la experiencia de disfrutar de un día especial con sus amigos solo por mi propio desagrado por la pareja de humanos.

Espero que alguien responda al anuncio que dejé en lo de Adele Reindeer hace unos días. O el que colgué en Internet hace casi un mes. Y que lo haga pronto, o me voy a volver loco.

Alguien decente, que me inspire confianza. Como lo hizo la Señora Lindt en su momento. Una mujer que, por desgracia, para mí al menos, se ha ido a vivir con su hija mayor a Vancouver.

La humana ya estaba mayor, a sus setenta y seis años, y, aunque sé que es lo mejor para ella y le deseo lo mejor en la vida, ya que ha sido un gran apoyo y una buena amiga desde que mis hijos tenían tan solo dos meses de edad, he estado echando de menos el que esté aquí con nosotros desde el mismo instante en el que se subió al avión.

Ahora más que nunca.

—¿Seguro que tú no puedes ir? —George me tira del cinturón y bajo la mirada para encontrarme cara a cara con su rostro tozudo y pecoso—. ¿No podrías decirles a los del trabajo que no puedes ir a la reunión esa? Solo por esta vez. Por favor.

Un Cambiante para NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora