Familias Postizas

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"Los deseos del joven muestran las futuras virtudes del hombre"

Cicerón

Luego de mi recuperación, y de unas cuantas jornadas de guardia, me ofrecieron unos días de vacaciones, días que empleé en visitar a mi familia. Recuerdo que el primero en recibir mi inesperada llegada fue mi perra, su nombre es Maya , aún era una cachorrita. Sus ladridos alarmaron al resto de los moradores de la finca familiar. Atravesando la entrada, esperaba mi padre con un hacha en la mano, sin saber lo que iba a encontrar, menos mal que me reconoció antes de que ocurriera cualquier cosa. Soltó el hacha y gritó, avisando ai madre-¡Betty, Betty! Ven a ver a alguien.
-¿Jonh, Que ocurre?¿Quién está ahí?-Salió mi mamá, intrigada.
Llegué a las puertas de la hacienda y al detenerme, Maya se sentó a mi lado, entonces solté mis bultos y estreché entre mis brazos a ambos, como si fuese la última vez que los vería. En casa de mis padres, existe la costumbre de que siempre se debía tener comida sobre la mesa, por si llega alguna visita inesperada, como era el caso. Mi padre fue hasta la alacena, a buscar una botella de vino del bueno. Comenzamos a comer y a charlar, mientras más se prolongaba la conversación, se sumaban las botellas de vino de vacías sobre la mesa y el volumen de la conversación se alzaba, intentaba beber con moderación, puesto a que debía ocultar mi anterior derrota en combate, cada vez que salía el tema, intentaba evadirlo preguntando por como va la granja, o la receta del pavo. Luego de el delicioso festín, me retiré a mi alcoba, donde preparé las condiciones para mi estancia durante un largo tiempo, no me haría falta regresar al campamento, al menos hasta que se requieran soldados para la defender el reino ante los próximos ataques del imperio.
Los siguientes días los pasé ayudando ais padres en la granja, realmente había mucho trabajo por hacer, hace ni mucho tiempo había pasado una tormenta, la cuál causó algunos destrozos, al menos la casa había quedado casi intacta. Para empezar, hacía falta reparar varios metros de cerca, el granero tenía agujeros en el techo y por si fuera poco, se acerca el invierno y todavía no hemos llenado el silo. No me importaba tener que reparar todo ese caos, de hecho me sentía feliz de ayudar, además sentía que durante las labores de reparación, podría aprender algo nuevo, tenía la necesidad de mejorar mis habilidades en combate.
Mi padre me dijo que necesitábamos conseguir madera para la reparación, así que recogió un par de hachas y una sierra y fuimos al bosque a unos metros de la granja. En cuanto llegamos a la arboleda, junto con la brisa que recorría el lugar, se sentía el cantar de las aves y el ruido del arroyo, ese momento había llenado de tranquilidad, lástima que había que perturbarlo con el sonido de golpes de hacha y árboles callendo. John, había marcado unos árboles, dijo que esos eran los que debíamos talar, los troncos que iba cortando, eran cortados y transportados por mi padre a la carreta. Parece que notó algo de ansiedad, en mi forma de utilizar el hacha, estaba lanzando los golpes con furia, como si frente mi estuviera el rey de la nación Imperial, para no alimentar más mis ansias de sangre, da por terminada la tala, y nos dispusimos a llevar la carreta a la asienda, en el camino me había hablado de sus historias de guerra, de como con sesenta y cuatro hombres jadeantes lograron vencer a un ejército imperial lleno de pertrechos, y de cómo se movía entre las ciudades capitales enemigas sin ser detectado. En su monólogo, destacaba a la familia y a los grandes guerreros que de ella nacieron, y que se formaron en el clan del Lobo. Decía que según la tradición, cuando cumplen diecisiete años, los jóvenes que compartimos ese apellido, debíamos asistir a una especie de castillo, ubicada en las montañas al norte de la zona. Debería aprovechar los tiempos de paz y aprovechar para presentarme al Clan y comenzar mi entrenamiento como un lobo, según dijo mi padre.
John me dijo que lo dejara con la reparación, me dió un mapa con una marca donde debía buscar la sede del clan. Saliendo de la hacienda, listo para comenzar mi travesía, veo a alguien que me esperaba a la salida, era mi madre, quién quería despedirse de mi a solas, quería decirme algo importante que Jonh no debía escuchar:
-Entonces escogiste la senda del lobo, me alegro mucho por tí, solo no olvides que puedes regresar cuando quieras-Parece que me iba a extrañar mucho.
Me entregó una nota y me dijo que la leyera en el cuartel donde estaría entrenando, si llegara a sentir que no voy por la senda correcta. No dijo nada más sobre la carta, solo me dió un poco de dinero y me deseó un buen viaje.
Luego de las despedidas, partí en busca de mi destino, sin nada más que un mas que un mapa, un puñado de monedas y una nota. El mapa decía que para llegar, debía ir al norte, hacia las montañas, y que entre ellas, encontraría el lugar, que según mis cálculos, me tardaría un buen tiempo en llegar. Por el momento, la ruta era segura, y no requería llevar armas encima. A pesar de eso, sentía una presencia detrás de mí, como si me estuvieran siguiendo, pensé que eran paranoias mías, así que lo ignoré
Por las zonas aledañas, solo podía admirar campo a ambos lados del camino, era común ver de vez en cuando un sembrado o algún pueblecito, según me acercaba a las montañas, disminuía la variedad de los colores en las plantas a la par que la temperatura.
Esa sensación de que me perseguían se intensificaba, hasta que no pude aguantar tanta incomodidad, volteé a ver y detrás mío me encuentro con Maya, al parecer me estaba acompañando todo el camino. Suspiré y abrí mi mochila para sacar algo para alimentarla, no me quedaba mucha comida en la bolsa así que tendría que parar en el próximo poblado para reabastecerme. Así que partimos en busca de un asentamiento donde comprar alimentos para mi nueva acompañante.
Alrededor de un par de horas después, entramos a un pueblecito bastante acogedor llamado San Martín, parecía que estaban celebrando una feria, pues la plaza estaba llena de atracciones y establecimientos comerciales alrededor de la fuente. La gente iba y venía, al ser un pueblo pequeño, se veía muy bien, como todos los habitantes, no solo se conocían, sinó que se tenían mucho aprecio, vivían en una sociedad de ensueño, al menos durante ese día.

Corazón RedentorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora