Introducción

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Rhaenyra despidió a sus doncellas, tras notar que se sofocaban exageradamente por el fuego ardiendo en la chimenea. Las flamas se expandían más y más, amenazaban con salirse de la chimenea. La mirada violeta de Rhaenyra se perdía en la danza de las llamas y en cómo devoraban toda rastro de madera que sus doncellas echaron, no le preocupaba la riesgosa cercanía del fuego. Era descendiente de los dragones, su intenso calor representaba un alivio para su segundo embarazo como para el huevo de dragón que destinó a su cachorro no nato.

Sus manos fueron a su abultado vientre, una sonrisa se formó en su rostro por la incredulidad con la que permanecía tranquilamente en su alcoba -y no extraviándose en los pasillos del palacio, o discutiendo con algún lord como lo hacía de chiquilla. Podía notar el peso de los años en sus hombros, la madurez tomando la dirección de su vida con cada embarazo. No era más "la delicia de los siete reinos", sino la heredera de King' s Landing que libraba la mayor de sus batallas como la omega que era -como la digna hija de la difunta reina Aemma Arryn. 

En el pasado, hubiera aborrecido su devoción por seguir las recomendaciones de los maestres, por quedar en cinta y perdurar las costumbres de su casta. No tenía dudas, su alma era demasiado rebelde y asustadiza de correr el mismo final de su madre en ese tiempo. Que apostó en renunciar su título como heredera al trono para ser libre, para irse con quien juraba ser su destinado. Lástima que la abandonó, volvió a dejarla en las fauces de las hienas que no se rinden en el propósito de deslegitimarla como heredera.

Esta vez, aprendió a luchar sola, entendió que su destino estaba marcado y que por amor a su padre no volvería a vacilar. Se resignó a cumplir los deberes que se esperaban de ella como mantener el linaje Targaryen. Hubiera enloquecido en su primer embarazo a causa de la traumática pérdida de su madre, de no ser por el valor que los tres hombres más importantes le ofrecieron: Su padre Viserys, su esposo Laenor y su caballero Harwin.

Hasta que llegó su primogénito, su cachorro Jacaerys.

Con su nacimiento, conoció y experimentó el amor más sincero e intenso. Tener a su pequeño hijo le dio las fuerzas para no acabar pisoteada por las hienas de la corte, avivó la llama de lucha de su juventud al igual que su sensatez y deseo por ser tan buena madre como la difunta reina Aemma. Por lo que no tardó en querer acercarse a Alicent nuevamente, tuvo la intención de acabar con la hostilidad por el bien de su hijo y los venideros, como también por sus propios hermanos. Pero la reina consorte rechazó cada esfuerzo suyo, bajo la mordaz justificación de haber faltado a la moral y decencia de su estatus por parir un niño con el cabello castaño, y no platinado.

Rhaenyra suspiró pesadamente, recordando el último desplante que su cachorro Jacaerys recibió por parte de la reina Alicent. La discusión entre ambas fue severa, acabó con un fuerte dolor en el vientre y la reina Alicent, siendo regañada por su propio esposo. El cansancio del rey Viserys era tan evidente, que Rhaenyra se tentaba en volver a DragonStone para acabar con una de sus infinitas preocupaciones. Como madre, estaba en el derecho de hacerlo para proteger a sus hijos; sin embargo, como hija, se obligaba a morderse la lengua e izar la bandera blanca por quinta vez.

Su padre y sus pequeños hermanos la necesitaban, representaba el refugio de los tres.

—Sé que estás ahí, Aemond. Acércate, compartamos las pequeñas tartas de mora que se me ha dejado. —Rhaenyra ofreció y palmeó el asiento a su lado en el sillón.

Su pequeño y audaz hermano salió de su escondite, ese mismo que conectaba a otros pasillos ocultos del reino y por el que se le permitía escaparse de su habitación para visitarla. Los guardias a cargo de Ser Criston han de ser muy tontos, porque no era la primera vez que Aemond se escabullía. Subestimaban a su pequeño hermano y quizás Rhaenyra no debería culparlos; si apenas hace tres lunas, Aemond celebró su quinto año de vida. Seguramente, asumían de Aemond el miedo propio a su edad por la oscuridad o los insectos con los que pudiera encontrarse en esos pasillos secretos y abandonados; ignorando la casta que presumía -y aquello era un error que la misma reina Alicent cometía.

LEGÍTIMO DERECHO [LUCEMOND]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora