9. Aemond

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Era la mañana de su cumpleaños, el príncipe Aemond no tenía ilusión alguna. Sospechaba que su día sería como cualquier otro, que su madre no tenía intenciones de celebrarlo. No la culpaba, ciertamente merecía su indiferencia. Le faltó el respeto hace dos lunas al gritarle e igualarse en posición, la rabia de escucharla maldecir al pequeño Lucerys lo superó e hizo olvidar que era su madre y reina. Y quizás su corazón debiese cargar con culpa, mas no podía. No consideraba que defender a Lucerys era incorrecto, porque ese pequeño que su madre empezaba a aborrecer lo hacía sentir tan feliz y valioso.

La reina Alicent jamás comprendería lo especial que se creía cuando esos ojitos verdes brillaban de alegría por solo verlo, cuando se desvivía para ser alzado por sus brazos o para llamar su atención. No entendería lo que significaba que ese bebé que apenas conocía al mundo lo escogía para reír, dormir e incluso llorar, la forma en cómo confiaba y buscaba refugio en su pecho inflaba a su pecho de un orgullo genuino y de una paz que era incapaz de soltar. Porque se sentía seguro y tan conforme con su vida, que sus deseos por superar a Aegon desaparecían, se despedía de la competencia y del recelo por ser olvidado.

Tampoco podían culparlo por defenderlo y preferirlo como en estos momentos, se sentía tan solo y vulnerable. Quería regresarse con Lucerys, sentirse seguro y amado por ese bebé como por su hermana Rhaenyra y el resto de su familia. Pues no soportaba las palabras hirientes de ser Cole que le recordaba su posición inferior a su hermano Aegon y que tal vez esa sea la razón del olvido de los suyos, ni el cómo lo tiraba al piso bajo la excusa de enseñarle a combatir. El príncipe Aemond deseaba rendirse y quebrarse, a un hombre tan cruel como ser Cole que se le olvidaba que aún era un niño -uno que tomaba la dureza de sus palabras para toda su vida. Mas, no podía pedir piedad. No pretendía que su orgullo fuera pisoteado, que sus acciones sean deshonradas por esta debilidad.

Aemond contuvo su llanto, se levantó del suelo con coraje y sujetó firmemente su espada de madera. Estaba listo para volver a ser abatido no solo por las mañas de combate de Ser Cole, sino por sus palabras. No las escucharía, no le concedería la alegría de lastimarlo. No hizo mal al defender a Lucerys, su madre debía entender y respetarlo -dejar de usar a Ser Cole para aleccionarlo. Que volver a tragar la tierra del campo de entrenamiento no lo rompió, tampoco ese asqueroso recordatorio de que su debilidad se debía a las malas juntas que tenía.

"Eres un príncipe fuerte", las palabras de su hermana Rhaenyra llegaron a su mente.

Ella tenía razón, ser Cole estaba al frente no solo de un príncipe fuerte, sino de un alfa prime que no se doblegaría. No hizo mal, era honorable defender a quienes se quieren. Aemond se repitió con determinación, volvió a levantarse e irse en contra de Ser Cole. Apenas logró golpearlo en el rostro con su espada de madera, mientras que ser Cole advertía un derechazo que acabaría directo en su rostro. Se estaba pasando el límite, ambos lo sabían. Su aroma a sándalo se amargó por la impotencia de no tener la fuerza suficiente. Mas, Aemond no bajó la cabeza y esperó el golpe.

— ¡Ser Cole, baje de inmediato al príncipe! —La dura voz de la princesa Rhaenyra retumbó, alarmando a los sirvientes y guardias que empezaban con su labor dentro del campo de entrenamiento.

Ser Cole pareció no escuchar la orden de Rhaenyra, mantenía al príncipe Aemond en los aires y con su mano, dirigida a caer en la mejilla del hijo de su reina. Por lo que, ser Harwin no tardó en llegar y en sujetar la mano amenazante del beta.

—La princesa ha dado una orden. Obedezca, ser. —Ser Harwin habló igual de amenazante que la princesa Rhaenyra. Ella también llegó al centro del campo de entrenamiento, cargando a un Lucerys asustado por la terrible mezcla de emociones y aromas que luchaban para sobreponerse.

—Yo soy un guardia juramentado a la reina, no a la princesa. —Ser Cole contestó ajeno. —. Solo obedezco a la reina.

—Usted no es nadie para condicionar su obediencia. No lo olvide, ser Cole. —Rhaenyra gruñó, era una omega Targaryen. Podía ser dominante y amenazante si su sangre peligraba, lo que justo sentía. Perdió la paciencia, jaló rudamente a ser Cole de su camisa. —. No importa para que titiritero baile, seguirá siendo un simple lacayo de la casa Targaryen.

LEGÍTIMO DERECHO [LUCEMOND]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora