PRÓLOGO

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Grecia, 1 de agosto, 2010

Las manos de Phoenix sostenían fuertemente a Anaklusmos entre ellas, logrando así que presiónara en una de las heridas de su palma, aunque eso no era lo importante. Phoenix se encontraba a seis metros de Gaia, quien para su desgracia no se encontraba nada dormida y en efecto podría considerarse su culpa, ella fue la que había sangrado.

Otra vez estaba atrapada en La Gran Profecía, teniendo que salvar a los Dioses, a la Diosa que le quito la memoria, a los que intentaron matarla, al padre que la abandono, a su dulce sol y al ladrón.

Pero Phoenix lo haría, los salvaría una y otra vez, ella y su maldita lealtad a su familia, la cual la había amenazado de muerte, la secuestro y le borro la memoria y secuestro también a su madre.

Una familia de infinitos conflictos, eso sí, siempre querían que ella los salvará y Phoenix leal y tonta lo hacía.

También su "pobre padre" quien alguna vez había intentado visitarla, solo lográndolo cuando era una niña de 9 meses, sin ninguna posibilidad de acordarse de él, y aun así solo teniendo una leve luz como recuerdo de su propio padre, quien había admitido amarla y confiaba tanto en ella. Poseidon había admitido en su cumpleaños número 16 qué, tomará la decisión que tomará, él la amaría eternamente. No era justo que hubiese tenido tan poco tiempo con su padre.

Y ahora caminaba directo hacia su muerte, desesperada por salvar a su familia.

A sus primos, sus parientes (lejanos), sus tíos, sus tías.

Pará salvar a mestizos y criaturas por igual, por darles un futuro mejor a los niños, para cumplir una vieja promesa.

Caminaba hacia Gaia y sus pensamientos siempre volvían hacía su familia.

Pensaba con gracia en las miradas poco agradables de su prima Atenea, las de odio y disgusto de parte de Ares, las cálidas y llenas de cariño de su padre y Hestia. Las miradas juguetonas de Afrodita, las severas de Hera y Hefesto, las miradas de Zeus y Hades quienes juraban odiarla y aun así no hacían daño en su contra (ya no al menos) y el reconfortante asentimiento de Artemisa.

Recordaba la suavidad de las palmas de Apolo al hacer contacto con su cara, los brazos fuertes y seguros cuando la abrazaba por detrás y apoyaba su cara y su aliento caliente en la base de su cuello junto a su oído.

Las bromas de Hermes y cómo lograba hacerla reír con los malos chistes qué le contaba siempre que se veían.

Se olvidaba del gruñón Dionisio, quien la apreciaba en secreto y lo demostraba reteniéndola antes de cada misión y salida del campamento, haciéndola jurarle que regresaría o si no los mocosos llorarían para siempre, y si se incluyó en privado, solo él tenía el derecho de saberlo.

Miro hacia su derecha donde peleaban Annabeth y Jason, codo a codo contra monstruos y gigantes. Annabeth, su mejor amiga y fiel compañera, Phoenix había prometido nunca dejarla, espera que Annabeth entienda que no fue por gusto.

Y así cómo pasó su mirada por Annabeth también la pasó por Jason, Phoenix estaba agradecida por el tiempo que pasaron juntos, había sido poco, y aun así extrañaría su amistad y el trato como hermanos que habían formado luego de dejar de lado la enemistad por sus padres.

Y de este modo pasó su mirada de mestizo a mestizo y de romano a griego, recorrió a los sátiros en busca del Señor de lo Salvaje, Grover, su mejor amigo y un pedazo de su alma. Estaba agradecida de que el tártaro hubiese rotó el enlace de empatia, nunca podría lograr hacer esto sabiendo que se lo llevaría con ella. Estaría agradecida eternamente con Grover por ser su primer amigo.

FINAL DESTINATIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora