Lo que me pertenece

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Intenté fingir que estaba enfermo. Incluso llegué a considerar las palabras de Aemond sobre saltar de una ventana... pero no valía la pena terminar con mi vida. Yo quería seguir viviéndola, solamente no bajo los términos de alguien más. Mucho menos los de Jacaerys. Él estaba satisfecho con su destino. A él no le jodía. Era heredero a un trono que sí deseaba. Se había casado con alguien que sí quería. Era fácil para él "pensar en el bien común" cuando sus placeres y responsabilidades estaban del mismo lado.

Un par de sirvientes entraron a la habitación. Quise resistirme a sus intentos de sacarme de la cama, pero finalmente, solo estaban haciendo su trabajo. No era su culpa. No eran ellos a quienes debía atormentar con mi mal humor.

Prepararon un baño para mí y me sentí muy incómodo con todos los preparativos que Jacaerys había arreglado: el agua infusionada con esencias, talco para la piel, aceite para el cabello. Me estaba acicalando como un animal que tenía que vender. Y técnicamente eso había hecho. Y ahora mi madre también era partícipe de esta treta. Me sentí traicionado.

Observé con pesar la ropa que había sido elegida para mí. Más seda pesada y bordada. Bonita pero incómoda. El traje era de un tono azul muy claro. Supuse que era para hacerle honor a los colores Velaryon pero Jacaerys no era ningún estúpido. Sabía lo que hacía. Un color claro implicaba inocencia. Pureza. Un pobre omega indefenso al que un matrimonio arreglado con un perfecto extraño iba a salvarlo de una vida miserable y llena de soledad.

Me rehusé a compartir el desayuno con mi hermano a manera de castigo silencioso. De todas maneras no creía que pudiera comer nada. Estaba ansioso y el corset me apretaba tanto que sería un milagro que un solo bocado de comida lograra pasar más allá de mi garganta.

Para el medio día enviaron por mí la artillería pesada.

Daemon entró sin anunciarse y se paró frente a mí con una mano sobre la otra, mirándome en silencio.

- Me duele mucho la cabeza. Quizá sea mejor postergar el encuentro - le dije yo - Lord Stark puede entender...

- Lord Stark viajó por un mes para llegar desde Invernalia hasta aquí - me interrumpió - Sorprendente, considerando que el viaje normalmente duraría dos meses. Tres, considerando paradas constantes para dejar descansar a los caballos y a los hombres que le acompañan - apreté un poco los labios y desvié la mirada - Mil quinientas millas. Creo que un saludo es lo mínimo que merece si es que sacrificó tanto por venir a verte...

Daemon me escoltó hasta el salón del trono. Desde el pasillo podía escuchar a Jacaerys conversando con su viejo amigo. Lo había recibido toda la comitiva real. El rey, la reina. Sus hijos. Mi madre, mis medios hermanos.

- Agradezco mucho su hospitalidad, Alteza - frente a Viserys estaba arrodillado el que yo asumí era Cregan Stark. No podía verle el rostro y me sentí con el estómago revuelto repentinamente - Y, de nuevo, le ruego nos disculpe por el retraso. Un viaje tan largo suele siempre traer consigo accidentes en los últimos tramos de camino...

- Por favor, lord Stark. Lo importante es que ya está aquí. Haremos lo posible para que usted y sus abanderados se sientan cómodos... - Daemon pasó por detrás de él y le dijo algo al oído. Mi abuelo me vio y sonrió, indicándome que me acercara y lo hice con algo de renuencia y una sonrisa de lo más incómoda - Ven, Lucerys.

Puso su mano sobre mi hombro y fue entonces que Lord Stark se levantó. Tuve que alzar la cabeza. El hombre era altísimo, casi como un gigante.

No me había puesto a pensar mucho en su apariencia. Había oído sobre ciertas características de los alfas en el norte. Casi todos eran altos, con caras duras y expresiones serias. Secos. Algunos se atreverían a decir que eran incluso aburridos. En Dorne solían ser objetos de burla para ciertos chistes de los que no me atrevía a reírme en voz alta.

El lobo y el dragón [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora