Una vez vio una estrella fugaz mientras volaba a lomos de Vhagar durante una maravillosa noche primaveral. En otra ocasión, recordó, en una expedición al Norte atestiguó la magnificencia de las luces del invierno, esa vez, en compañía de su marido los dos también, a lomos de su poderosa montura.Habían sido las cosas más bellas que jamás hubiese concebido porque, ¿cómo, en la gracia de los dioses nuevos, antiguos, ponientis o valyrios podía existir algo de tal hermosura en el mundo de los hombres? Quien sabe, pensó Aemond Targaryen absorto, esas eran preguntas difíciles que solo podrían responder sabios hombres de delgados brazos. Él no era nada de eso, era un guerrero, un ser hecho para la batalla, para las férreas pasiones e intensas emociones, un vástago de la vieja sangre, de la gloriosa Valyria... esposo, padre. Uno que, maravillado, contemplaba de cerca y por primera vez el rostro de su hijo.
El parto había sido difícil, doloroso; según los maestres un omega regresivo como él pocas oportunidades habría tenido de lograr concebir y no se hable siquiera de alumbrar pero... ahí estaba.
Ahí, diminuto y perfecto entre sus brazos su hijo le miraba devuelta con unos increíbles ojos café más brillantes que las estrellas y más bellos que las luces del invierno. Rió, embelesado cuando la criaturilla fofa y rosada soltó un gorjeo de pajarito. —Es igual a ti —Susurró entonces a su compañero. Unos ojos café idénticos a los de su hijo le miraron con devoción —¿lo ves? Es igual a ti...
La verdad era que desconocía en qué momento Lucerys había crecido tanto como para sobrepasarle, no hablemos ya de ponerle un hijo en el vientre, ni mucho menos cuando era que había dejado de odiarlo pero ahí estaban... —¿Cómo te gustaría nombrarlo, mi amor?
Aemond lo pensó seriamente. Entre sus manos su hijo gorjeaba, encantado con la calidez sedosa y las reconfortantes esencias entremezcladas de sus padres —Mi padre me contó de una vez del suyo —Susurró Aemond, absorto, preguntándose si su padre hubiese amado también al hijo de su vientre. Probablemente si, pensó sonriente. Tenía los mismos rizos de aquel nieto adorado a quien tanto defendió antaño —Baelon, se llamaba. Dijo que fue un gran hombre, un príncipe honorable y un padre amoroso. Baelon. —Susurró Aemond, decidido—Se llamará Baelon.
Lucerys sonrió. Miró a su hijo, a aquella criatura robusta, rosada y perfecta y pensó que Baelon era un maravilloso nombre.
—Hola, Baelon, hijo mío —Susurro Luke con delicadeza, acunando el agarre de su omega con magnánima dulzura—Soy tu padre.Baelon soltó un resuello y ambos rieron—Baelon te saluda de vuelta, esposo —Aemond le sonrió y Luke asintió, encantado. —Menudo vozarrón—Soltó—Dirigirá ejércitos enteros con semejantes pulmones.
–Y comandará dragones también —Aemond alzó al bebé y besó su mejilla regordeta —Mi fuerte niño.
Luke le dirigió una mirada divertida —Viejos hábitos nunca mueren.
Risas se elevaron como la brisa primaveral, ligeras, vivaces.
Dicho en honor a la verdad, Aemond desconocía por completo en qué momento Lucerys había crecido tanto como para sobrepasarle, no hablemos ya de ponerle un hijo en el vientre, ni mucho menos cuando era que había dejado de odiarle y sin embargo, ahí estaban... con sus grandes y cálidas manos sobre las suyas, sujetando a su hijo cerca de su pecho y aferrándolo él contra su latente corazón. Aemond no tenía respuestas para muchas preguntas, y con sinceridad al príncipe aquello no podía preocuparle menos; esas eran diatribas que sostenían sabios hombres de delgados brazos y él no era ni nunca sería nada de eso. Él había nacido guerrero con sangre de dragón y se había casado con el hombre más fuerte del mundo que entre su abrazo era dulce y de corazón tierno y en esos instantes, con él rodeándole bien firmemente contra su pecho, Aemond supo que además de ser guerrero con sangre antigua, era un esposo y en esa bella noche primaveral se había convertido en padre.
Y Aemond Targaryen era plenamente dichoso con eso.
Continuará.
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Aquellas Preguntas sin Respuesta
FanficAlpha!LucerysxOmega!Aemond La verdad era que desconocía en qué momento Lucerys había crecido tanto como para sobrepasarle, no hablemos ya de ponerle un hijo en el vientre, ni mucho menos cuando era que había dejado de odiarlo pero ahí estaban...