1. La visita

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—Y hoy por fin, después de tres largos meses para la familia de Andrea Romero, ha sido encontrada en la calle de la Macarena. Como con todas las demás víctimas, a la pobre chica le faltaban los ojos y presentaba diversas heridas alrededor de su cuerpo. Desgraciadamente, nadie pudo ver como su asesino abandonaba el cuerpo, y después de hacerle la autopsia tampoco se han decretado huellas dactilares, así que, por favor, le pedimos a todo el mundo que se mantenga a salvo y que eviten salir de casa solos. Andrea se suma a un total de 21 víctimas en los últimos 6 años por parte del misterioso asesino. Esto es todo por hoy, no olviden... —y la televisión se apaga.

—Joder, ¿cómo puede ser que después de tantos años nadie haya averiguado nada de ese mal nacido? —dice mi madre, enfadada, mientras deja el mando encima de la mesa del comedor.

—No lo sé, tal vez es una persona inteligente y toma varias precauciones para evitar dejar pistas —le contesto a mi madre, mientras termino de poner el desayuno encima de la mesa, para así poder sentarme junto a mis padres y empezar a comer antes de que cada uno se tenga que ir hacer su día.

—Por cierto, cielo, hoy tienes que volver a ver al doctor Davies, ¿no? —me pregunta mi padre, mientras quita la vista al calendario que tenemos colgado a un lado del comedor.

—Sí, ya lo sé, papá, pero mi pregunta es porqué tengo que ir. Es decir, me operaron a los 15 de mi tumor y de eso ya han pasado 4 años, no entiendo el porqué tengo que seguir yendo de visita al doctor Davies. A ver, sí que pueden quedar sequelas, pero es que ya ha pasado mucho tiempo de eso. Yo creo que si me hubiera pasado algo después de la operación hace años que nos habríamos dado cuenta.

—Eso es verdad, pero son órdenes del doctor: Por tu seguridad, es mejor que, al menos una vez al mes, vayas a visitarle para que te haga cuatro preguntas y un pequeño chequeo —me repite mi padre mientras se fija en el reloj—. Y será mejor que te vayas preparando: tu cita es en menos de una hora y todavía vas en pijama.

—Si está bien, no te preocupes. Dejo mis platos en el fregadero y me cambio para irme hacia el centro médico —digo, mientras me levanto de la mesa y me dispongo a hacer lo que había dicho, para así subir hacia mi cuarto y arreglarme.

Al llegar, me quito el pijama. Cojo unos pantalones vaqueros negros; además de una camisa de lana blanca con un escote en forma de triangulo; mi ropa interior; unas botas negras, que me llegan un poco más alto de los talones; junto con algún accesorio como el cinturón y un colgante en forma de luna menguante, para así irme hacia el baño y darme una ducha rápida de solo el cuerpo. Si me lavo la cabeza no llegaré a tiempo.

Cuando termino me pongo la ropa y cepillo mi cabello pelirojo para quitarme los enredos. Luego vuelvo a mi cuarto a agarrar mi bolso e irme.

—¡Ya me voy, familia! —grito desde casi la entrada antes de salir de la pequeña casa en la que vivimos los tres. Entro en mi coche, el cual es el viejo coche de mi padre, pero afortunadamente todavía funciona a la perfección.

Durante todo el trayecto escucho la radio: Como sucede cada aproximadamente 3 meses, de lo único que se oye es de ese misterioso asesino.

Al cabo de unos 20 minutos, llego al hospital donde trabaja mi doctor personal: el señor Davies. La verdad, es alguien bastante amable, pero a veces es más infantil que mi prima pequeña. Lo conocí cuando a los 14 me dio un sock anafiláctico por comerme por accidente un pastel que llevaba por encima cacahuetes triturados, siendo alérgica a ellos. Desde ese día en el cual él todavía era residente en este mismo hospital, estuvo ayudando al antiguo doctor a tratarme hasta que él se graduó como neurocirujano. El otro doctor se jubiló, pues ya era bastante mayor, y Davies empezó a tratarme a solas.

Cuando entro ya al hospital me voy directamente hacia la planta en la que se encuentra su oficina, para esperar afuera hasta que me llamen.

—Señorita Fernández, ya puede pasar —me doy cuenta que me llama el señor Davies, que deja paso a una enfermera, la cual llevaba distintos documentos en sus brazos, para que salga.

¿tú me quieres?Where stories live. Discover now