6. El Lazarillo

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No sé cuánto tiempo llevo ya dentro del agua, aunque la verdad es que no me importa.

Después de esta segunda tortura, sentencio que la primera fue mucho peor, pero ojalá todo esto acabe rápido.
Al igual que tampoco puedo dejar de pensar en varias cosas, que es lo único que me mantiene activa todos estos días.

¿Alguien me estará buscando? ¿Familia? ¿Amigos? ¿O conocidos?

Exactamente ¿por qué motivo me ha secuestrado? Dijo que por amor, pero no de qué tipo, aunque tampoco sé de dónde habrá sacado este amor si nuestra relación se limitaba a la medicina.

Cuando se aburra de mí, ¿me pasará lo mismo que a las anteriores víctimas?

Es lo más probable, es lo que siempre me digo.

Llevo tanto rato dándole vueltas a esas cuestiones que no me he dado cuenta que me estoy ahogando en el agua de la bañera. Cuando caigo en que el aire ha dejado de pasar por mis pulmones descubro la verdad. Sinceramente, no me importa una mierda morir ahogada, pero mi cerebro no me permite morir, así que saco mi cabeza del agua para dejar salir un jadeo. Inhalo tanto aire como puedo y lo dejo ir cuando he adquirido el oxígeno. Repito el proceso varias veces más, hasta que por fin me siento saciada; mi respiración se normaliza y empiezo a respirar con normalidad. Entonces es cuando me permito salir de la bañera.

Agarro una toalla limpia y la envuelvo alrededor de mi cuerpo, me paro delante del espejo y me detengo a observar todas las heridas que he acumulado estas dos últimas semanas: los dedos de las manos los tengo al aire libre, ya que no me podía bañar con los vendajes; la piel de debajo de las uñas ya no está tan roja como el primer día, pero aún está demasiado sensible, aunque es normal. Si es que hay algo de normal en todo esto, claro. Aún no me han empezado a salir ni las puntas de las nuevas uñas, pero al menos ya no tengo tanto hueco por el lado de donde salen. Los cortes que tenía ya se han cerrado y solo quedan una pequeña cicatriz de los más profundos; eso sí, si aplico demasiada presión, las heridas se vuelven abrir y vuelven a sangrar. Por otro lado, las quemaduras de la cera lucen un tono rojo profundo. Afortunadamente, no me quemó demasiado la piel, son quemaduras bastante superficiales, parecidas a las que se hace una en la playa por culpa de los rayos ultravioletas. 
Calculo que en una semana, más o menos, ya habrán sanado del todo. Una pomada ayudaría a agilizar el proceso, pero no creo que William sea tan compasivo como para proporcionarme una.

Termino de observarme en el espejo y salgo por la puerta para entrar en el cuarto y coger una muda de ropa nueva. Aún sin secarme en pelo, me tumbo boca abajo encima del colchón e intento relajarme, pero ni tres segundos después me levanto de nuevo porque un dolor terrible me abarca: me he tumbado sobre las quemaduras y la fricción ha hecho de las suyas. Me vuelvo a tumbar, pero boca arriba esta vez, ya que en la espalda no tengo ni una quwemadura.

No sé en que momento sucede, pero cuando me despierto William está encima mío, con cada brazo a un lado de mi cabeza.

—¿Qué coño? —me sobresalto, mientras intento salir de debajo de él.

—Lo siento, amor mío. Es que cuando he venido a visitarte y te he encontrado tan tranquila, aquí, durmiendo, no he podido evitar ponerme así para poder observarte. Te ves tan linda con ese lindo corte de pelo como una llama de fuego, tus brillantes ojos como dos piedras de jade... y tus pecas, que se parecen a distintas constelaciones. Todos esos pequeños detalles te hacen preciosa. Y si encima juntamos tu bonita personalidad con tus tiernas expresiones de dolor, no puedo evitar enamorarme cada vez más de tí —estos comentarios me dejarían gratamente sorprendida y feliz si no fuera por el tema de mi secuestro y lo de las expresiones de dolor—. Bueno, ahora que ya estás despierta, ¿te apetece hacer algo juntos? O, ¿quieres hacer algún dulce? Desde que estás aquí no has cocinado nada.

¿tú me quieres?Where stories live. Discover now