Desaparición

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Habían pasado cuatro meses. Cuatro malditos meses desde aquél día, en el qué qué se había marchado a Francia a su viaje de negocios, cuatro meses en los qué no había sabido nada de su esposa, cuatro meses en los qué había descuidado su apariencia... ¡Acaso ella no pensaba llamarlo nunca! Realmente lo estaba considerando, ni un mísero mensaje se había dignado a mandarle a él. El gran Sasuke Uchiha. Su marido. Frustrado caminó por los estrechos pasillos de aquél departamento en el qué ambos vivían y al entrar se encontró con algo que no esperaba ver. Su nariz se arrugó al oler del polvo qué se había acumulado, volteó inspeccionando cada rincón en señales de ella, pero nada, no había nada que dijera qué ella estaba ahí. Su corazón comenzó a latir frenéticamente. Debía calmarse y respirar, tal vez había ido con sus amistades... Si seguramente era eso. Pensando en eso, decidió salir a comer, seguramente cuándo regresara, ella ya tendría todo listo cómo siempre. Pero por más qué quizo quitar esa sensación agridulce de su pecho, no pudo. Con desespero se encaminó a su hogar, quería verla, recibir esa cálida bienvenida por parte de ella, más sin encambio la oscuridad y el silencio de la casa lo recibieron nuevamente. Con temor se dirigió a la habitación qué ambos compartían... Y con temblor en sus manos abrió aquella puerta de la habitación en la qué ambos dormían. Todo su mundo se detuvo, y su respiración se agitó, la habitación estaba impecable, pero se sentía fría, vacía. Con pasos torpes y rápidos se adentró a aquél lugar, inspeccionando cualquier cosa, aunque fuera insignificante. Y ahí estaba. Su maleta no se encontraba donde deberíade estar, con el corazón a punto de salirse de su pecho, revisó el guardarropa, no había nada fuera de lugar a simple vista. Pero al igual qué él, ella era muy organizada con sus cosas y hacían falta un par de sus ropas. Cerró la puerta de un portazo. Eso debía ser una maldita broma. Ella no podía haberse marchado así sin más. Sin decirle. ¡Estaban casados! Cierto. ¿Cierto?. Suspiró para tranquilizarse, recordó vagamente aquella discusión sin sentido. Tal vez ella había tomado su palabra y se había ido a recibir aquel masaje... ¡Si, eso era seguramente!.

Tres semanas después.

Su mal humor estaba por las nubes, casi cinco meses sin noticias de ella, su barba estaba crecida, su aspecto estaba desaliñado, se encerró en su oficina y no salía de ahí ni para comer. Revisaba el celular cada minuto del día, pero nada. ¡Nada!. Tal parece que se la había tragado la tierra. Pero el no iba a llamarla, ¡no, claro qué no.! El era Sasuke Uchiha y el no le rogaba a nadie. Y eso la incluía a ella, a su amada esposa. Sacudió su cabeza y fijó su vista a la montaña de papeles sobre su escritorio. Un dolor punzante en su cabeza comenzaba a abrumarlo. Levanto el teléfono y llamó a su secretaria

_Necesito un vaso de agua y unas pastillas para el dolor de cabeza. - dijo con su últimamente habitual tono de frialdad y cortó la llamada

No pasaron ni cinco minutos cuando escuchó la puerta de su oficina abrirse y miró cómo le dejaban un par de pastillas y el vaso con agua y la escuchó salir rápidamente de aquella oficina. Sonrió con arrogancia, ya había perdido la cuenta de cuántas secretarias había despedido por su malhumor. Ninguna le parecía competente ni mucho menos eficiente. Por lo qué acada rato cambiaba de secretaria. Ninguna llenaba sus espectativas, pues ninguna eran ella, Hinata, su esposa, su hime. Y por una extraña razón la estaba comenzando a odiar. Se tomó las pastillas rápidamente, y esa sensación horrible había regresado. Las arcadas cada vez más aumentaban. Hacía unos días atrás había ido al médico. ¡Al medico! Y eso era algo raro. El jamás enfermaba y ahora todo le causaba malestar estomacal y náuseas. El doctor Orochimaru, había dicho que lo más probable era que fuera un virus estacional por el regreso de su viaje y le recetó un par de medicamentos, pero eso sólo le servía por unas horas. Y no lograba calmar del todo aquél repugnante sentir. Se levantó cubriendo su boca y salió echo una furia hacía el baño rápidamente y al llegar, esa asquerosa sensación había desaparecido... Enjuagó su boca para quitarse esa horrible sensación y se lavó el rostro. Se miró al espejo y estaba totalmente demacrado, descuidado y con demasiadas ojeras bien pronunciadas, hizo una mueca de asco mientras veía su aspecto en el reflejo del espejo. No sé reconocida. No era el mismo y él lo sabía. Maldijo su nombre mientras empuñaba sus manos con fuerza.

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