2: La monotonía de la infelicidad

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Ciento ochenta y dos días antes de.

Agosto 10, 2013.

Felix nunca se detuvo a pensar en qué era lo que en verdad el dolor respresentaba, porque su mente era incapaz de imaginarse algo mucho más dramático de lo que un raspón en la rodilla causaba; al menos hasta ese momento.

En abril del año dos mil nueve, Felix conoció el dolor al que los médicos llamaban «incomodidad», y que él nombró agonía; a través de las consecuencias de una negligencia.

Felix no lo entendía, pero acusaba de responsable a la curiosidad que lo llevó a permitir que le realizaran los exámenes médicos que iniciaron la etapa de su vida que llamó «borrón». El pinchón en su dedo fue el primero de muchos que atravesarían su piel; los raspones se volvieron incisiones; los sollozos se convirtieron en gritos, y sus recuerdos comenzaron a desparecer como suspiros en el viento.

Pero la agonía aún lo consumía, porque sentía a la muerte respirarle en la nuca cada vez que alguna parte de su cuerpo era expuesta para ser lastimada; porque debía pelear contra las ganas de rendirse por más que quisiera entregarle su vida a la muerte; porque, aunque su mente no recordaba, su cuerpo no olvidaba.

Felix solia preguntarse si algún día todo terminaría, pero llegó un momento en el que no sabía si estaba haciendo referencia a su sufrimiento o a su vida; solo quería un fin.

Entonces nacía la culpa.

¿Era tan malo si olvidaba pensar en los sentimientos de su familia? ¿Lo era si, con su muerte, el esfuerzo de su madre no valía nada? ¿Podría su dolor ser suficiente para Dios?

Quizás Felix pensaba demasiado, ¿pero qué más le quedaba si, casi todo el tiempo, solía estar solo en una habitación de hospital? Su única compañía era el ruido que hacían las enfermeras al pasar, los chillidos de niños en las demás habitaciones, y, de vez en cuando, los suspiros de su madre.

Era patético, pero no más que el terror que lo carcomía mientras observaba cómo el líquido anestésico era inyectado por la intravenosa en su mano. Pronto cerraría los ojos, perdería la conciencia y despertaría con otra gota más de odio hacia sí mismo, porque pudo evitarlo, pero ilusamente creyó que sus descuidos lo matarían antes.

«Por favor», suplicó. No sabía por qué cosa, pero sí que fue una decepción abrir los ojos horas después. Quizás no rogaba por una muerte, sino por una vida que no fuese la suya.

Aunque eso no le importó al Dios que su familia adoraba. En secreto, dejó de creer en él.

Felix no tuvo que esperar ni siquiera que dos segundos pasaran al recuperar la conciencia para sentir su cuerpo. Un dolor en su pecho, opresivo, punzante y pulsátil que jamás había experimentado, le dio la bienvenida a su realidad inmediatamente. Felix no podía respirar sin sentir que, con eso, la vida se escaparía de su cuerpo.

«¿Qué me hicieron? ¿Por qué duele tanto? ¿Consiguieron ponerme el catéter? Mami, mami, mami...». Distinguió a la mujer frente a él, pero las lágrimas nublaron su vista y, pronto, cerró los ojos. Comenzaba a caer en la inconsciencia de nuevo, pero, mientras lo hacía, escuchó un par de murmullos que le hicieron creer que por fin había caído en el mundo de la tranquila y silenciosa oscuridad.

«El doctor está muy molesto. No consiguió poner el catéter ninguna de las veces que lo intentó».

𖥸

El Chico de la Camilla Cinco | Hyunlix [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora