13- Estar a salvo

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–¿Cansada?

–Uf, que va. Estás hablando con una atleta de alto rendimiento.

–Ya, claro. –Iam dejó alzar una de sus cejas, con expresión divertida. Eileen, a mi otro lado, soltó un par de risotadas.

–¿Qué les hace tanta gracia? –interrogué con molestia.

–Nada, ¿es que uno ya no puede reírse? –dijo el chico.

Les lancé una última mirada amenazante, antes de cruzar la puerta de salida del viejo estadio, si es que a una abertura de dos metros de largo entre pared y pared se le puede llamar puerta. Después de todo el mediodía y parte de la tarde intentando aprender a montar en bici, llegaron las nubes del atardecer, dándonos el ansiado descanso del sol cegador y las calurosas temperaturas. Me acomodé en la parte delantera de la bicicleta, dejando que Iam me llevara, mientras Eily montaba en la de su amigo, para volver de la misma forma en que habíamos llegado.

Observé los restos de tierra y hierba seca que se aferraban a la parte baja de mis jeans y mis tenis, que parecían volar sobre el pavimento desde mi ángulo de visión. Si hubiera sabido que mi día se resumiría en caer y levantarme, levantarme y caer otra vez, y lanzar maldiciones al cielo, me habría puesto una ropa más adecuada. A pesar de todas las vergüenzas, algo en el fondo de mí me gritaba que quería vivir experiencias similares, e incluso, que había sido divertido en algunos momentos. Aunque eso último no lo podía negar, mi parte favorita fue cuando Iam se disculpó por haberme humillado el día que lo conocí, y me sorprendí a mí misma, momentos después, reflexionando sobre las veces que he hecho sentir mal a otras personas a propósito. Todo eso mientras intentaba controlar el manubrio, mirar al frente y pedalear al mismo tiempo. Vaya agotamiento físico-mental-emocional.

–Entonces… –habló Eileen, sacándome de mis pensamientos– ¿qué aprendiste hoy?

–Que las amigas pueden ser muy molestas cuando se lo proponen –solté algo tajante, recordando sus risas ante mis patéticos intentos, aunque nunca dejó de animarme para que lo intentara de nuevo.

–Venga, Zoe, no le hables así –secundó el chico, a la vez que esquivaba un agujero en el asfalto, haciéndome dar un respingo–. Solo intenta ayudar.

Volteé los ojos sin que ninguno me viera–. Aprendí lo que ya sabía, que hay que poner las manos al frente cuando veas al suelo acercarse a ti–. Hice un esfuerzo por reír a la par de ellos. No terminaba de hacerme gracia que a cada rato estos dos se unieran en mi contra.

Con el viento de frente, sentí que el polvo se metía en mis ojos y solté las manos para rascarme. De forma inconsciente eché la espalda hacia atrás hasta chocar con el pecho de Iam, y como si hubiera chocado también con la realidad volví a aferrarme al manubrio con mucha más fuerza.

–¿Qué acaba de pasar? –pregunté asustada.

–Sucede que soltaste ambas manos, y te recostaste a mí, como si no estuvieras sobre un vehículo… citando tus palabras: ´´de alto riesgo´´ –El sonido de su risa hacía que mi estómago se sacudiera, y su tono arrogante, que mi mente se enojara. Mala combinación–. Eso fue lo que pasó.

–¿Pero cómo…?

–Parece que tu subconsciente empieza a confiar en mí –Sentí su aliento cerca de mi oído cuando susurró–, y hace bien, porque estar aquí –movió los codos hacia adentro hasta que tocaron mis brazos–, es estar a salvo.

Moví el cuello despacio, hasta que mi rostro quedó demasiado cerca del suyo. Desde mi postura inferior solo yo podía ver la media curva de su comisura sonriente. Él mantenía los ojos en la carretera, brillantes, hasta que me percaté del tiempo que llevaba mirándolo y volví la vista al frente, preguntándome en qué momento se me hizo difícil respirar con normalidad.

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⏰ Última actualización: Nov 13, 2022 ⏰

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