Capítulo I: la niña

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Despertar nunca había sido difícil para ella, era como tuviese integrada una alarma en su interior que se accionaba con los primeros rayos de sol en el horizonte. Abrazó firmemente a su cerdito antes de decidir abrir los ojos y empezar su día, pero un suspiro de la nariz húmeda porcina, seguido de su lamento silencioso, hizo que Shizune abriera los ojos de golpe: si Tonton estaba frente a ella, mirándola sentado en el piso frío y no sobre la cama, ¿a quién estaba abrazando?

Shizune sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo. En medio de la penumbra, podía notar una figura humanoide debajo de las sábanas, y de su piel emanaba calor de forma parecida a la de su acompañante porcino. Al separarse un poco, pudo apreciar hebras de cabello azabache sobre la almohada.

—¿Es hora de despertar, mami? —dijo la criatura con una vocecilla somnolienta.

No debía haber otra explicación: ella y Tonton habían caído en un genjutsu. Debía liberarse de esa ilusión rápidamente, así que retiró lentamente el brazo del cuerpecillo que tenía a su lado. Inspeccionó rápidamente su habitación mientras lo hacía, necesitaba poder entender de dónde provenía aquel poder ilusorio tan convincente. El cerdito pareció entender su lenguaje corporal, así que se le arqueó la espalda como respuesta.

La persona que estaba junto a ella se levantó y la miró a los ojos, al no recibir respuesta, y por fin Shizune logró entender que este ser humanoide de dimensiones pequeñas no era más que una niña de cabello y ojos negros, nada tan extravagante. Sin embargo, algo familiar habitaba en su rostro.

—¿Mami? —repitió como si no entendiera el silencio de la mujer—. ¿Otra vez te quedaste trabajando hasta tarde? Sabes que a papá y a Tonton no les gusta que sigas haciéndolo.

—¿... papá? —respondió Shizune.

El cerdito la traicionó tan pronto escuchó a la niña hablar con tanta propiedad. Su espalda dejó de estar arqueada, pero sus orejas se amansaron y su cola enroscada se movió feliz. Claro que no le gustaba que ella trabajara demasiado. No quería que su humana favorita se matara por nada. La niña tenía razón y debía conocerlo.

Shizune requería más información. Quizás no se trataba de una ilusión, o quizás sí. De todas formas, fuera o no un genjutsu, ella todavía no era capaz de descubrir a la persona culpable de meterla en una ilusión así. Algo en su interior le gritaba que, si se trataba de una niña real, no estaba bien romperle esa ilusión. Después de todo, la lucha de ella y la señora Tsunade para obtener fondos para el hospital psiquiátrico de niños y niñas después de la guerra, habría sido por nada si ella traumatizaba a aquella niña indefensa. Quizás la chica había perdido a sus padres trágicamente durante la gran guerra y ahora merodeaba por las aldeas en búsqueda de sus padres. No debía tener más de cinco o seis años.

—Perdón —dijo la mujer luego de eternos segundos de silencio.

La niña pareció contenta con su respuesta vaga.

—¿Quieres desayunar? —dijo la mujer con voz aguda.

No sabía que estaba haciendo, si alguien estaba ahí para gastarle una broma, estaba haciendo el ridículo. Fue con la niña hacia la cocina y, mientras hacia algo simple, sus ojos visitaron el cerrojo en la puerta y, con espanto, vio que seguía puesto. La niña debió haber entrado desde otro lugar. ¿El techo, quizás? Solo tenía cinco, por Dios. ¡A menos que!

—¿Namida Suzume te trata bien en la Academia? —le preguntó Shizune mientras le llenaba un vaso con jugo de naranja—. Sabes que ella y yo éramos amigas en la Academia.

—La profesora Namida está bien, supongo —resopló la niña—, dice que debo mejorar mi caligrafía.

La niña lo dijo con disgusto, Shizune vio una oportunidad. Ya sabía que la chiquilla tenía algún tipo de entrenamiento.

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