Capítulo cuatro:

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Mi atolondrada pero adorable madre ingresa como todo un vendaval, arrasando con media sala mientras llega hasta mí para entonces apurarse a sacar mis palillos como si alguien estuviera detrás de ella, apurándola con una escopeta.

—Respira —le digo con una sonrisa y la veo tomar aire profundamente—. Me han ordenado mantener una dieta líquida, los palillos no son necesarios —le indico dulcemente.

Ella asiente y vuelve a guardarlos.

—¿Cómo estás? —Le pregunto estirando mi mano para tomar la suya.

—Bien. Tu papá te manda saludos —informa inocentemente; ruedo los ojos, ella ríe y se sienta en la silla con la sonrisa conciliadora que la acompaña estos días.

—¿Cómo te sientes? —Cuestiona apretando mi mano entre las suyas.

—Estoy bien, ma, no te preocupes por mí, aquí me tienen controlado —pronuncio y no puedo evitar que mis ojos se nublen ante su presencia.

Pensar en que aquella pequeña y adorable mujer haya tenido que lidiar con mis convulsiones por sí sola, en una ciudad desconocida, sin saber qué hacer ni cómo ayudarme, me parte el corazón.

Ella acaricia mi rostro y asiente mientras la veo encajar la mandíbula para tragar sus propias lágrimas.

—Ayer fui de compras —me cuenta intentando cambiar de tema—, tomé tu tarjeta como me dijiste y compré huevos y ramen y algo de kimchi; pero sabe raro, prefiero prepararlo yo misma.

—Lo sé, pero no quiero que te sobreesfuerces, sabes que luego te terminan doliendo las manos y las piernas si no tienes a alguien que te ayude —le recuerdo—. Espera a que salga de aquí y haremos un montón de kimchi juntos —le sonrío.

—Y te cocinaré todo lo que se te antoje —promete dando suaves golpecitos en mi mano.

Es entonces cuando nuestro cálido momento se ve interrumpido con la llegada de las familiares del anciano ubicado a mi lado, cuyas voces parecen adueñarse de toda la sala por la batalla que ejercen entre ellas, hasta que una endurece su voz y se dirige a la mayor como dando una orden al pedirle que deje de gritar y se centre en su paciente.

—Papá, papito, ¿cómo estás? —Pregunta la mayor acariciando su cabello.

El anciano sonríe y estira ambas manos hacia ellas.

—Bien, ¿ya podemos irnos? —Pide con esperanza.

—No, papi, aún tienen que terminar de estabilizarte; pero te he traído los dulces que te gustan, mira...

Noto entonces que tanto mi mamá como yo nos hemos quedado prendados con la situación, como si se tratara de la interesante escena de una novela, y decido llamar la atención de mi progenitora para darles algo de privacidad.

—Chan terminó finalmente con Irene —le cuento sin levantar mucho la voz.

—Qué bueno, esa chica nunca me dio buena espina —me dice mientras me alcanza la desabrida infusión que me han dejado como cena.

—La hinchazón ya bajó bastante —oímos y veo como la hija del anciano remueve las mantas para revisar sus piernas.

—Sí, pero debemos cuidar de que su piel no vuelva a cambiar de color —le dice la otra mientras revisa algo en su teléfono—. Espérame aquí, iré a hablar con los médicos —menciona dirigiéndose a la salida de la habitación.

—Jennie —llama la mayor con porte nervioso—, recuerda decirles sobre sus medicinas.

—Lo haré. Ahora mismo llamo al doctor Lee —declara y se marcha.

My Happy Ending [KaiSoo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora