Capítulo 3

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Año 120 d.C

Observaba el oleaje golpeando las grandes piedras de la isla de Marcaderivia, sabía que debía estar atendiendo a las palabras que decían en honor a mi tía Laena. Sabía que padre estaba destrozado y que debía acompañarlo, que debía honrar a su hermana y estar completamente destrozada por su muerte, pero solo podía sentir rabia. Hacía dos días que dos cuervos habían llegado a Rocadragón con noticias que destrozarían a mi familia, una de ellas era la muerte de mi tía y la otra era la muerte de Sir Harwin y su padre en un terrible incendio. Notaba una lágrima silenciosa correr mi mejilla y me la quitaba rápidamente, mis hermanos no habían llorado cuando se enteraron y yo tampoco. No podíamos, debíamos ser fuertes y acompañar a padre en su duelo. Dirigía mi mirada al sarcófago en donde se encontraban los restos de Laena, estábamos aquí en un funeral para una mujer a la que apenas podía recordar haber visto y no podíamos celebrar uno en nombre de Sir Harwin ya que ni siquiera había restos suyos a los cuales llorar. 

Escuchaba una risa irónica y miraba al príncipe Daemon Targaryen al lado del sarcófago de su esposa, no sabía porque se había reído pero me parecía algo inapropiado. Suponía que así era él, solo lo había visto una vez en mi niñez cuando fuimos a visitar a tía Laena, pero había escuchado las historias. El príncipe era una leyenda, no solo por ser un gran guerrero sino por los líos en los que se metía. El eterno príncipe desterrado por causar problemas entre su familia. Madre no hablaba de él y cuando le preguntábamos se mostraba algo esquiva, suponía que no se llevaban especialmente bien o que se encontraba dolida por todo el daño que les hizo. Según mucha de la gente no fue buen hermano y quizás tampoco buen tío.

Una vez que terminaba la ceremonia pasábamos a uno de los balcones donde había una recepción para que toda la familia nos reuniéramos, creía que se esperaba que todos lloráramos y diéramos el pésame a las hijas de Laena, pero yo no podía ni acercarme. No podía evitar que al mirarlas me diera algo de envidia, ellas tenían derecho a llorar a su ser querido y a poder recibir palabras de apoyo, si nosotros hacíamos eso nos colocaríamos una diana que permitiría a los demás comenzar a inventarse rumores que no eran ciertos. Me apoyaba en el pollete de piedra observando la gran playa que se veía a lo lejos, el lugar era precioso y lamentaba no poder admirarlo como se debía. No tenía ganas de nada, apenas había comido en estos dos días ¿así se sentía perder a alguien querido? No quería experimentarlo de nuevo. No sabía como madre podía soportarlo o como mis hermanos estaban consiguiendo disimularlo, puede que yo fuera la débil de la familia. Cerraba los ojos con fuerza intentando calmarme, no podía montar un numerito en medio del funeral de Laena Velaryon, ya era suficiente que padre hubiera desaparecido luego de la ceremonia.

-Para estas cosas nunca se está lo suficientemente borracho ¿sabes? -abría los ojos al escuchar la voz de Aegon a mi lado, observaba de reojo como me tendía una de las copas de lo que suponía que era vino- te ayudará.

-¿Ahora te caigo bien? -pregunto algo extrañada. Este sonríe de forma ladeada mientras bebe de su copa, lo más seguro es que ya estuviera ebrio.

-No eres la peor compañía del mundo, querida sobrina -responde con simpleza y yo tomo la copa que me ofrece para bebérmela de un trago, estaba asquerosa. Este pareció complacido- al principio odiarás el sabor, pero luego se convertirá en uno de tus mejores amigos.

-No creo que eso pase -contesto sin más algo aburrida. 

-Eso es porque todavía eres pequeña, date tiempo y unos años más de decepciones.

-¿Es eso por lo que bebes tanto? -cuestiono algo sorprendida- ¿por las decepciones que te brinda la vida? 

-No -responde- bebo porque yo soy la decepción. 

Me río sin poder evitarlo e intento ocultarlo lo máximo posible, no era momento para reírse y menos por las palabras del tonto de Aegon. Ni siquiera sabía porque me había hecho gracia sus palabras, eran crudas y algo triste si me ponía a analizarlas, pero eran inesperadas y refrescantes. Me volteaba a verle ya más dispuesta y le entregaba la copa vacía suspirando, sabía lo que estaba haciendo y lo agradecía, pero era extraño que él lo hiciera por mí. A su extraña y retorcida manera me estaba intentando consolar, puede que el principito si tuviera corazón después de todo. Le mostraba una sonrisa triste, era mi manera de darle las gracias sin decir esas palabras. Este asintió comprendiendo la intención y dirigió su mirada al frente, yo seguí su dirección para ver como Aemond nos miraba completamente serio y luego se marchaba en dirección al castillo.

The black princessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora