Capítulo 2.

7 1 0
                                    

Año 120d.C

Me encontraba sentada con la espalda apoyada en el arciano con los ojos cerrados disfrutando de la suave brisa y de la tranquilidad que me proporcionaba este sitio. Era mi lugar favorito en toda la fortaleza. Abría uno de mis ojos algo molesta ya que estaba notando la mirada insistente de Aemond sobre mi persona, casi siempre veníamos aquí antes de su entrenamiento. Desde lo de anoche no me había dejado de mirar y me ponía de los nervios ya que estaba ahí parado sin decir ni una sola palabra. Había tenido suficiente con la charla que había tenido con madre nada más despertar, padre solo había aparecido para darle la razón y volver a irse con su amigo a entrenar. Abría el otro ojo para conectar miradas con Aemond que al verse descubierto apartó su mirado sonrojándose en el acto. 

Cruzaba los brazos sobre mi pecho suspirando en el acto, sabía sobre lo que quería preguntarme y entendía sus reticencias. Yo tampoco entendía como Meraxes me había encontrado y en que momento me había elegido como su jinete. Tenía mucha suerte, pero Aemond seguía estancado. Ahora era el único que no estaba en posesión de un dragón y podía llegar a entender su frustración, ya no tenía a nadie que le comprendiera. Ya no tenía a nadie que le animara a entrar en Pozo Dragón siempre que quisiera.

-Puedes decirme lo que piensas -empecé hablando con tono suave, no quería apresurarle- no me enfadare. 

-No es justo -respondió sin más. 

-Lo sé. 

Y no, no era justo que fuera el único sin ningún dragón. Para nuestra familia era indispensable ser capaz de domar uno, era como nuestro signo de fuerza. Aquello que nos hacía únicos y que nos permitía dominar los siete reinos como lo hacíamos. Nuestra fortaleza venía de nuestros dragones y sin ellos solo éramos unos simples mortales con cabellos y ojos extraños.

-Aunque... -empezó a hablar Aemond mirándome de reojo y jugando con los dedos de sus manos algo nervioso- me alegro por ti, siempre me alegrare por ti.

Sonreía de forma genuina, pocas veces era las que me dedicaba palabra tan hermosas y sinceras. Era un niño de pocas palabras y sabía que me lo decía desde lo profundo de su corazón. Le tomaba de su mentón para hacer que su rostro se girase y pudiera mirarme fijamente, es un gesto que había tomado de Sir Harwin. Dejaba que mi mano descansara sobre su sonrojada mejilla algo nerviosa, no solíamos tener muchas muestras de afecto y eso me descolocaba.

-Así como yo he encontrado a Meraxes, tú encontrarás a tu dragón -aseguraba con confianza- eres quien más se lo merece y tendrás lo que deseas, serás un jinete extraordinario. -Este me dedicaba una pequeña sonrisa que hacía que se le marcaran sus pequeños hoyuelos, adoraba esa parte de él. 

-Princesa, príncipe -nos llamó una voz bastante conocida a nuestra derecha. Apartaba mi mano del rostro del chico y observaba a Sir Criston Cole mirándonos fijamente- mi príncipe, le recuerdo que tiene entrenamiento en dos minutos y que no debería llegar tarde.

-Por supuesto -respondió Aemond- gracias por su aviso, Sir Criston. 

Este asintió con su cabeza y colocándose derecho se marchó camino al patio principal donde entrenaban los caballeros y los príncipes. Observaba su cabello negro ondeando a causa de la brisa mientras se marchaba y sentí ese nudo en la garganta que sentía cada vez que lo tenía cerca, siempre se formaba por esas ganas de preguntarle una pregunta de la que a su vez no quería escuchar la respuesta. Alzaba el rostro y vi a Aemond ya de pie ofreciéndome su mano para ayudar a levantarme, sonreía sin poder evitarlo y tomando el libro que había dejado en el césped tomaba su mano con gusto y me colocaba en frente de él. Quizás hoy el día fuera mejor que ayer.  Le daba un último vistazo al árbol con la cara de un señor mayor grabada en su corteza. A veces me encontraba pensando en como sería adorar a los antiguos Dioses cuando veía algo tan esplendido como este arciano, el último de su clase a este lado del Mar Angosto. 

The black princessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora