CAPÍTULO II "La posesión del Ángel"

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Jeremías

—De nuevo una convocatoria —escuché decir a lo lejos.

—Vosotros ya estaréis informados de lo que debéis hacer gracias a esta convocatoria, que fue ejercida desde la caída de la reliquia del cielo hace ya un milenio. No todos sois elegidos para esta tarea tan importante así que debéis ser cuidadosos con lo que hacéis en la tierra. Ya que siempre regresáis pocos y sin resultados debido a los inconvenientes. ¡Pero ya basta! No puedo seguir teniendo servidores incompetentes, incapaces de asumir lo que vemos allí abajo. Todos sabemos cuáles son las reglas, y entre ellas está: Jamás mostrar su figura real, ni unirse en pacto con los humanos.

—La única manera de no mostrar nuestra figura real es poseyendo un cuerpo —me dije a mí mismo.

Los arcángeles, eran de la jerarquía más importante. Eran ellos quienes transmitían las tareas a los de mi jerarquía, para así poder ejecutarla en el lugar asignado. «Mi hermano mayor», Uriel, el encargado de la tierra y del templo de Dios. Estaba dando ese mensaje, siempre lo hacía cuando se trataba de ir a la tierra.

Estaba lejos del cielo. Me encontraba en lo más alto de una atalaya en Minnesota. «Tierra». Desde allí, por alguna razón me solía entretener los comportamientos humanos, me gustaba, al igual que me gustaba inspeccionar sus sentimientos, la manera de actuar frente a un problema y su grado de vanidad. «Los mortales eran desubicados al no medir las consecuencias, todos eran casi iguales».

—Jeremy —pronunció alguien desde algún sitio, la voz era firme—, ya es tiempo de que tú vayas a la tierra.

—De acuerdo... —repliqué inexpresivo al bajar la mirada.

—Encontraron una posible ubicación del talismán, gracias a un temblor que se manifestó ese mismo día que cayó, los humanos nunca supieron el origen de aquel movimiento. Nunca descubrieron qué causó tal sismo.

— ¿No es peligroso allí abajo? —pregunté inquieto.

—Es tu misión, no sabrás si es peligroso hasta que bajes.

Me quedé en total silencio al no encontrar más argumentos del que pudieran sacarme de dudas. La mayoría de los ángeles ya habían descendido a la tierra. Muchos de ellos fueron trasladados a diferentes ciudades de cuyo estado era llamado Portland, Estados Unidos.

Estaba tranquilo, pero no me limité a sentirme confuso ante algunas preguntas que consideraba importantes, sobre todo antes de ir a enfrentarme a algo tan impredecible como la tierra y los humanos: « ¿Cómo actuar ante ellos?, ¿cómo hacerme pasar por un humano sin ser descubierto, sin parecer extraño?». Todo lo que estaba por pasarme me hacía sentir sólo, pero no era el único que se apreciaba de esa forma, podía percibir quienes estaban igual que yo, y por quien comenzaría era por Zacarías.

—Tienes que hallar un cuerpo físico lo suficientemente fuerte para mantenerte intacto y no deteriorar su exterior —explicó Zacarías, cuando se apareció a mi lado. «Era él quien me estaba hablando antes».

—No sé cómo hacerlo —expuse con la vista pérdida.

—Si miras bien a esa población, sabrás quién es el correcto para ser de su forastero —señaló él mirando hacia abajo, hacia ellos. Siempre era difícil hallar el cuerpo ideal. —Sonrió y levantó el torso—. ¡Este es el mío!

Me sonrojé al sentir la seguridad que él tenía en sí mismo. Los ángeles mensajeros éramos como una bola de luz acompañados de enormes alas blancas, sí teníamos apariencia, pero esta no se veía como la de los humanos.

En este caso, Zacarías se veía idéntico a ellos, su cabello era dorado con partes más oscuras que las otras, tenía los ojos verdes con una forma que lo hacían ver triste «aunque no lo estuviera» y era bastante alto.

Ángeles Caídos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora