Capítulo V "Mirada ocultas"

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Susan

Me acurruqué en el asiento mientras me cubría con el abrigo tejido que llevaba puesto, era de color rosa pastel, siempre me hacía sentir cómoda. «Me cuesta dormir» pensé, un poco cansada. El frío que había en el auto tampoco me ayudaba demasiado, cada vez que intentaba cerrar los ojos, el frío solo paralizaba mis pensamientos, me costó por un rato hacerlo hasta que el conductor lo notó y decidió bajar la intensidad del aire. Fue entonces cuando pude dormir con comodidad, pero solo hasta que en el punto más profundo de mi ensueño oí el ruido del motor detenerse.

— ¿Niña? —Escuché decir al conductor desde lejos mientras intentaba despertarme—. Ya hemos llegado.

Me desperté al fin. La voz de ese conductor era algo molesta y arrogante. Entreabrí los ojos con lentitud, de manera que la luz del dichoso poste frente al auto no me pegara en la cara bruscamente.

—Señorita, aquí está su equipaje —indicó él aferrado a la maleta del auto.

Mi cuerpo estaba pesado y no paraba de bostezar por el sueño. El conductor notó que no me movía y se acercó a mi rostro hasta casi besarme. Me asusté y abrí los ojos como platos.

— ¿¡Pero qué le pasa!? —grité enfurecida. Me había sonrojado. La adrenalina subió por todo mi cuerpo hasta llegar a mi cerebro, me levanté del asiento de un tirón. Lo golpeé al abrir la puerta angustiada y él cayó al suelo adolorido.

—Vaya, estás viva. —Sonrió él, con la cara arrugada por el dolor, se levantó del suelo quejándose por la caída—.Te gustó ¿eh? —comentó en un tono sarcástico.

—Idiota —susurré con el corazón en la boca—. ¡Lárgate de aquí!

—Vamos hermosa... No es para que te molestes. No soy de ese tipo —dijo él, con una actitud intrépida y narcisista—. Adiós y suerte.

Me guiñó el ojo y se montó de nuevo en el auto. De pronto, sonrió con cariño y se marchó. En ese momento de soledad y el taxi ya lejos, el viento atravesó mi camiseta estimulando un erguimiento en mi piel. Respiré profundo y me di la vuelta a la universidad. Cuando llegué a la puerta advertí el estilo colonial y elegante en el que estaba basado. Tenía grandes paredes naranjas y su tejado era rústico y verdoso. Era de madrugada y estaba demasiado solo el entorno.

Toqué la puerta lo más fuerte que pude, tanto que se produjo un eco en las calles. Después de unos largos minutos de espera, alguien por fin la abrió. Era una mujer de unos cuarenta años, de elegante aspecto, incluso el vestido que llevaba puesto era elegante y sofisticado como ella.

— ¿Si? —habló ella con un tono de voz lleno de agotamiento, su rostro también se veía cansado.

—Siento la hora, es que me llegó la solicitud de admisión y bueno... decidí venir ayer..., pero el camino se hizo largo y...

— ¡Tarde! —Interrumpió la mujer, de manera antipática—. Soy la subdirectora Rose, fui yo la que te mandé la solicitud y recuerdo tu foto y nombre. Ahora bien, Susan Philips, tus estudios están integrados en el área de Filosofía. Vamos a mi oficina.

Caminé a su lado perdida entre sus balbuceos y conocimientos sobre mí. El enorme lugar que me eludía, era muy misterioso, extravagante, hermoso, moderno y amplio. La oficina de la Srta. Rose tenía una decoración particular, parecida a los tiempos en el que usaban barcos de madera y ninguna mujer podía usar pantalones.

—Veamos donde dormirás —murmuró ella al hurgar en su archivero, después de un rato cogió un papel y lo leyó rápidamente—. ¡Bien! Tienes que dirigirte al edificio que se encuentra en el patio central, justo al frente. Ahí está la puerta hacia el patio, ese será ahora y adelante tu morada, el número de tu habitación es la 14-B. El compartimiento es de mujeres y hombres, excepto los cuartos de baños. Cualquier percance habla conmigo o con el director Brant Rogery. No te preocupes si notas que es algo despistado. Buenas noches señorita Susan, y ya déjame dormir.

Ángeles Caídos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora