Steve se sentía muy, muy lejos de aquel sofá desgastado. De aquella taza de café que se había ido enfriando con el paso lento de los minutos. Del perfume húmedo y denso de la vegetación que protegía la casa.
No, definitivamente no estaba allí. Su mente estaba en un lugar que en el pasado había llamado hogar. En el calor gentil de las manos de aquel hombre que siempre sabía cómo quitarle el peso del mundo de encima y compartirlo.
En el perfume a sándalo y canela que cubría su piel y que le animaba los latidos helados de su perdido corazón. Estaba en la mirada de aquellos ojos castaños que siempre habían podido llevarlo al cielo, pero también al infierno.
No, su mente estaba muy lejos de allí. En un lugar que jamás sería el mismo, al que nunca podría volver.
