Capítulo 1

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— ¡Pam! ¡Ven a desayunar! — la pequeña niña, de apenas 5 años, escuchó su nombre ser llamado por la dulce voz femenina que sabía reconocer.

Frotó sus ojos con cuidado y se sentó rápidamente para meter sus pies en las pantuflas que yacían a un lado de su cama.

Se levantó y bajó las escaleras con prisa, riendo y apresurando cada vez más sus pasos, logrando que sus cabellos dorados se revuelvan aún más por el movimiento. Finalmente llegó a ver a la mujer en la mesa, depositando un par de platos con suavidad y calma.

Su cabello era castaño claro, de una estatura promedio y unos brillantes ojos marrones, siempre con una amplia sonrisa dibujada en sus labios. Al menos, así era como la había visto siempre.

Corrió directamente hacia ella, ignorando que en la mesa se encontraba un plato de waffles caseros de chocolate, su desayuno favorito, y se abrazó a su pierna, riendo suavemente. 

— ¡Athe! — frotó su cara cariñosamente en su pierna, sin soltarla.

— ¡Mira! ¡Si parece que la quieres más que a mí! — una voz varonil se escuchó con eco, proveniente del baño. Las había visto por el espejo.

Salió por la puerta, aún frotando su cabello con una toalla. La camisa con algunas arrugas y la corbata sin atar. Su piel morena clara contrastaba con el beige de su ropa, y combinaba con los pantalones de pinza en tono café oscuro, y sus zapatos del mismo color.

— ¡Papi! — la niña soltó a la mujer y corrió a abrazarlo a él.

— ¡Hija! — le respondió con la misma emoción, riendo suavemente mientras la levantaba para abrazarla mejor — Gracias otra vez por poder venir hoy. Me avisaron de último momento de la reunión y no tuve tiempo de conseguir una niñera — se dirigió hacia Athenea — te juro que te lo voy a compensar.

— No te preocupes, Horacio — se acercó y tomó a la niña de sus brazos — cómo me voy a negar a robarte a esta preciosura unas horas — dijo mientras sacudía juguetonamente a la pequeña, quien reía sin parar.

Horacio y Athenea eran amigos desde hacía muchos años. Habían asistido juntos a la escuela, y también habían trabajado en los mismos sitios para conseguir el dinero necesario para costearse sus estudios. A donde fuera uno, iba el otro.

Habían desarrollado un vínculo especial desde el primer momento, y no dudaban en echarse la mano si alguno necesitaba ayuda.

Estuvo ahí para él cuando la mujer con la que había tenido a su hija había tomado todas sus cosas y se había marchado del lugar, sin decir una sola palabra, dejando a su cuidado a la pequeña de tan solo 3 meses, la que ahora era el centro de su vida. Desde entonces, no había vuelto a intentar involucrarse en el amor. Tenía suficiente con el de su "princesse" y el de su mejor amiga.

Sin embargo, el abandono y la paternidad no habían representado ningún impedimento para terminar su carrera de enseñanza, y conseguir un buen trabajo como profesor de francés en una buena escuela. Apenas llevaba un par de meses trabajando ahí, pero estaba contento.

Athenea, por otra parte, había comenzado a estudiar lo mismo, pero abandonó la universidad un año antes de graduarse para aplicar en la academia de policías. Llevaba 2 años aplicando, sin haber recibido aún una respuesta positiva.

— Pareces vendedor de biblias — se burló, como cada vez que se colocaba ese conjunto — es que, ¿por qué los hacen usar eso? — su risa contagió a la pequeña, recibiendo una mirada sorprendida del hombre.

— ¡También tú te burlas ahora! — le habló a la niña — ¡No puedo hacer nada! ¡Es el uniforme "oficial"! — hizo la seña de las comillas con sus dedos, rodando los ojos.

Solía llevar cualquier ropa el resto de días, se llevaba bien con la directora, así que usualmente no tenía problemas. Sin embargo, los días de junta, era obligatorio que portara el uniforme, o podría recibir una sanción.

— Aún ni siquiera aprendo cómo se hace la maldita corbata — buscaba en su celular alguna imagen tutorial que pudiera serle de utilidad, cuando su mirada se desvió hacia la hora y su rostro cambió por completo, abriendo más los ojos e inhalando sonoramente — ¡Voy tarde! — comenzó a hacerse el nudo como pudo, con prisa, sin intenciones ya de seguir algún tutorial. Depositó un beso en la frente de su hija y corrió hacia la salida, tomando la mochila en la que llevaba sus cosas antes de abrir la puerta.

— ¡No te olvides de volver antes de las 3, que tengo que llevar mi solicitud a la academia! — recordó Athenea mientras lo veía batallar nervioso para abrir la puerta.

— ¡Sí, sí! — se escuchó la respuesta junto antes del ruido de la puerta cerrándose.

En el otro lado del mundo, sentado en una cafetería junto con su mejor amigo se encontraba Viktor Volkov.

Se habían conocido en la barbería de la cual Greco era dueño. Volkov se había convertido en un cliente habitual, y no le confiaba su cabello y barba a absolutamente nadie más.

El barbero pudo notar que era una persona cerrada, seria, pero amable. Le intrigó su personalidad, y la constancia con la que acudía a sus cortes de pelo. Iba religiosamente cada 3 semanas, siempre en el horario específico de los sábados por la mañana.

Se tomó como un reto personal hacerse su amigo, y lo logró. Con los años, su amistad se estrechó, y ahora ambos eran la persona de confianza del otro. Sobretodo porque ninguno tenía a su familia al lado.

Volkov los había perdido a todos, y Greco venía de Estados Unidos, por lo que toda su familia y amigos se encontraban ahí. Los rusos, a su parecer, no eran las personas más amistosas, así que el único amigo cercano que había conseguido en el país era Volkov.

— Te juro que no sé qué hacer — sostenía su cabeza entre ambas manos, como si con ello el peso de sus problemas se aligerara.

— ¡Pff! No tengo ni idea — respondió Greco, bebiendo un sorbo de su café, al que aún le salía algo de humo, mojando ligeramente su bigote con el líquido — ¿has intentado hablar con ellos? — inmediatamente recibió una mirada filosa de parte de los grisáceos ojos de Volkov.

— Ya les dije que no estoy metido en el negocio, pero no me creen — habló con fastidio ante la propuesta tonta de su amigo. La preocupación era notable en su rostro, y su café, al igual que el pan búblik emplatado a un lado, aún se encontraba intacto.

— ¡No lo sé, tío! Huye del país o algo — bebió nuevamente — es increíble que tu padre no deje de dar problemas ni estando muerto — Volkov suspiró. No le ofendía el comentario de Greco. No le tenía ningún tipo de cariño a su padre. Además, tenía razón. Seguía causando problemas.

— No tengo suficiente dinero aún, y no creo poder juntarlo hasta dentro de aproximadamente 3 meses. Si es que no me pegan un tiro antes. — finalmente, dió un sorbo de su café, más para humedecer la garganta, seca por los nervios, que porque realmente le apeteciera el amargo sabor, que parecía dulce comparado con su situación.

— Bueno, al menos este país es demasiado grande, ¿no? ¿no puedes irte a otra parte del país? — intentó dar más opciones, aunque sabía que ninguna sería del agrado de su amigo.

— Tienen gente por toda Rusia, Greco. Me encontrarían incluso debajo de una piedra. Además, no sé si huir sea la mejor opción, ¿no me haría parecer más culpable? — su mirada pensativa se movía de lado a lado, como si su mente se encontrara intentando procesar algo.

— No entiendo cuál es la lógica de esa gente. Eres un detective, ¿no te hace eso parte de la ley? ¿no pueden ayudarte ellos? — lanzó opciones al aire — ¡Es que ni siquiera tienes cara de mafioso, tío! — abrió sus brazos en señal de confusión, colocando después su brazo doblado sobre la mesa y apoyando su cabeza encima de su mano.

— No soy miembro de ningún cuerpo gubernamental, para ellos soy sólo un civil más — suspiró con fastidio, intentando liberar un poco de la tensión acumulada en su cuerpo.

Levantó uno de sus brazos y lo dirigió hacia su cuello, masajeándolo suavemente. El dolor de cabeza comenzaba a extenderse hasta la nuca y parte de su espalda.

— Si no encuentro una solución pronto, estoy acabado.

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