Capítulo 2

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La junta se había extendido más de lo usual. Eran las 2:00 p.m y tenía que llegar a casa antes de las 3:00. No quería que el sueño de Athenea se vea arruinado, y mucho menos por culpa suya.

Subió a su auto, un Smart Fortwo. El tamaño justo para él y para su hija. No necesitaba más.

Encendió el motor y salió del estacionamiento de la escuela, relajándose cuando finalmente estuvo en la calle. Más de una vez lo habían interceptado en el estacionamiento para encargarle más trabajo.

Colocó la ubicación de su casa en el GPS. Sabía cómo llegar, pero ahora mismo necesitaba la ruta más rápida hasta su hogar. Sabía que la hora que Athenea le había dicho - 3:00 p.m - era un límite, y, de preferencia, debía llegar antes de que las manecillas del reloj formen el ángulo recto.

Siguió las instrucciones que la robótica voz femenina le dictaba, una tras otra, hasta que pudo visualizar su casa a la distancia, y entonces detuvo el GPS. A decir verdad, la monótona voz y el silencio entre cada instrucción llegaban a ser hartantes.

Llegó a la entrada e introdujo su vehículo en el espacio designado para apartar, justo a un lado de su jardín. La casa no tenía un garaje, pero tampoco les era indispensable para un auto de ese tamaño.

2:30 p.m. Miró su reloj antes de bajar. Apagó el motor y comenzó a salir del coche, deshaciendo el intento de nudo que tenía en la corbata mientras tanto. Había llegado con tanta prisa que casi olvidó que el nudo de su corbata parecía más bien el típico nudo de pashmina.

Buscó entre las llaves la de su casa, introduciéndola en la cerradura y entrando con prisa, soltando la mochila a un lado de la puerta y terminando de atravesar el corto pasillo de la entrada.

— ¡Athe, ya volví! A tiempo, eh — sin embargo, no pudo verla en el comedor, ni en la cocina, y mucho menos en la sala.

La única opción era que se encontrara en alguna de las habitaciones o en el baño, pero cuando Athenea tenía prisa, era capaz de esperarlo en la puerta para irse corriendo tan pronto regrese.

Entró a la habitación de Pam, y las encontró a las dos tranquilas, jugando con algunos juguetes en el suelo.

— ¡Papi! — la rubia se levantó con prisa y corrió a abrazar a Horacio. De verdad lo adoraba.

— Hola princesse, ¿cómo les fue? — la levantó y la abrazó, dirigiendo su mirada hacia Athenea — ¿ya viste la hora? — preguntó, como sugerencia indirecta de que lo haga, en caso de que no se hubiera dado cuenta del paso del tiempo al estar jugando con Pam.

— ¿Puede quedarse la tía Athe a pasar la tarde? — interrumpió la pequeña.

— Ella está muy ocupada, cariño — dejó un beso en su cabello.

— Pero dijo que pasaría la tarde con nosotros — hizo un puchero, bajando la mirada, en un berrinche silencioso, aún esperando a que su padre cambie de opinión. Horacio miró a Athenea, confundido.

— ¿No tienes que ir a llevar tu solicitud? — interrogó. No estaba entiendo todo el misterio que se traían las dos.

— No me preocupa la solicitud — sonrió, únicamente generando nuevas dudas en la cabeza de Horacio.

— ¿A qué te refieres? — preguntó, con el rostro ahora más serio. ¿Se habría rendido? Realmente esperaba que no fuera así. Ella tenía todo lo necesario para ser policía.

Athenea finalmente se levantó del piso y estiró su ropa, ahogando un grito mientras ordenaba en su cabeza las palabras que estaba a punto de decir.

— ¡Me aceptaron en la academia, Horacio! — habló casi en un chillido, comenzando a brincar de la emoción, mientras Pam se arrebataba de los brazos de Horacio para ir a saltar junto con ella. El moreno la dejó en el piso, enderezándose y mirando a Athenea aún con confusión.

— ¿Cómo? ¿Llevaste la solicitud antes? — sonreía, emocionado por la felicidad de su amiga, pero sus ojos parpadeaban con rapidez mientras intentaba entender la situación.

— De la solicitud que llevé hace unos meses, yo era la siguiente en la lista de espera y alguien desistió durante la inscripción, así que me llamaron y me dijeron que debo completar mi inscripción antes de 7 días y el lunes siguiente puedo comenzar — nuevamente dio pequeños saltos de emoción y corrió hacia Horacio, quien había abierto sus brazos para recibirla y transmitirle su orgullo.

— No puede ser Athenea, ¡felicidades! — estrechó el abrazo mientras danzaban ligeramente de lado a lado. Finalmente su mejor amiga estaba cumpliendo su sueño.

— ¡Felicidades tía Athe! — se unió Pam, abrazándose a sus piernas y brincando, a pesar de que no entendía bien lo que ocurría.

— Pues tenemos que celebrarlo, ¿no? — dirigió su mirada hacia ambas — vamos a comer, ¡yo invito! — tomó nuevamente a Pam entre sus brazos y se dirigieron juntos a la salida, aún riendo y chillando de vez en cuando por la noticia.

Sin embargo, dentro de la cabeza de Horacio, la felicidad comenzaba a ocuparse por una preocupación que intentaba mantener a raya, éste era el sueño de Athenea y estaba dispuesto a apoyarla en todo, sin embargo, ¿quién lo ayudaría ahora con su pequeña?

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