Capítulo 7

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El vuelo salía en 5 horas. Debía llegar a Estados Unidos antes de la mañana del miércoles, y eran casi 20 horas de viaje. Es por eso que apenas y le habían dado el tiempo suficiente para hacer las maletas. Por supuesto, él había estado de acuerdo.

Le parecía más que conveniente. Saldría de Rusia en la madrugada del martes, hora local, y llegaría a Estados Unidos poco después del medio día, gracias a la diferencia horaria. Tendría tiempo suficiente para descansar y reponerse del jet lag, y quizá también para reponer las horas de descanso que le habían hecho falta en las últimas tensas semanas.

Guardó únicamente lo que consideraba más importante: algo de ropa, un par de fotos y algunos documentos. Todo lo demás podría conseguirlo ahí. Además, de esa forma no necesitaría pagar mudanza y sería mucho más difícil para la mafia encontrarlo, pues para la mudanza tendría que dar su nueva dirección y no se sentía capaz de confiar ni siquiera en una empresa dedicada a ello.

Llamó a Greco y le informó de la situación, con intenciones de aprovechar la llamada como despedida; odiaba las despedidas, así que le era mucho más fácil hacerlo por teléfono. Sin embargo, su amigo insistió en ser él quien lo llevara hasta el aeropuerto, y ahora lo tenía en la sala de su casa esperando a que saliera con las maletas.

Presionó con fuerza la tapa de la maleta, tirando del cierre hasta haber recorrido todo el derredor. Tomó una mochila pequeña, introduciendo su cartera, cepillo de dientes y algo de goma de mascar. El resto del espacio quería reservarlo para la comida que compraría de camino al aeropuerto, el vuelo era muy largo y prefería llevar sus propias cosas; no sabía qué clase de comida tendrían en el avión.

Finalmente tomó la maleta, colgó la mochila en su espalda y salió de la habitación, notando a Greco recostado en su sillón, concentrado en su móvil.

— Estoy listo — la mirada del barbero se posó directamente en él.

— ¿Tan pronto? Creí que tendría más tiempo antes de que me abandones — Volkov rodó los ojos y suspiró.

— Ya te dije que no estoy abandonando a nadie. Vamos, aún tengo que comprar cosas de camino al aeropuerto —. Dio una palmada en el hombro de Greco, indicándole que se levantara.

— Que es broma, tío, si yo también me hubiera cambiado por Horacio — rio mientras se levantaba del sofá y daba un par de palmadas en el hombro de Viktor, quien nuevamente respiró profundo, cerrando los ojos para contener las ganas de darle un golpe.

Llevaba horas molestándolo con el tema. Era su forma de despedirse sin involucrar sentimentalismos, pero Volkov nunca había sido la persona más bromista del mundo.

Tomó su abrigo, metiendo su mano en los bolsillos y sacando las llaves del auto de uno de ellos.

Subieron la maleta y la mochila en el maletero del vehículo, cerrando y dando la vuelta para subir Greco de piloto y Volkov de copiloto. Se colocaron el cinturón, encendieron el motor y comenzaron su recorrido hacia la nueva vida del ruso.

El camino entero se trató de Greco continuando con las bromas sobre haber sido reemplazado por Horacio, mientras Volkov le repetía con hartazgo que no había sido así.

Tan solo hicieron una parada en un supermercado, en donde Volkov compró un par de aperitivos para el viaje lo más rápido que pudo y regresó al auto. Ni siquiera se detuvo a leer las etiquetas y descripciones, como solía hacer cada vez que iba de compras.

Mientras más se aproximaban al aeropuerto, el ambiente se volvía más silencioso y las bromas dejaban de estar tan presentes. Era difícil despedirse.

Aún quedaban varias horas para que el vuelo del ruso despegara, pero Greco debía regresar a atender la barbería, y Volkov tenía que documentar las maletas y pasar las revisiones, así que no podían perder más tiempo.

El ruso bajó del auto, dando un par de palmadas ligeras al maletero del vehículo indicándole a su amigo que lo abriera. Sacó su equipaje y lo arrastró junto con él hacia un costado del coche, en donde levantó la mano y la movió suavemente de lado a lado, en una señal de despedida.

El de barba no pudo resistir y se bajó del coche, corriendo hacia él y dándole un abrazo, aún a sabiendas de su rechazo por ese tipo de contacto.

— Te voy a extrañar, maldita piedra — el ruso, inmóvil y con los brazos a los costados, levantó uno de ellos y proporcionó palmadas suaves en la espalda de Greco.

— Aún puedes ir a visitarme, ¿sabes?

— O puedes venir tú — se apartó, mirándolo con indignación.

— Ya veremos — sonrió — hasta pronto, Greco.

— Buen viaje, Volkov — palmeó su hombro un par de veces y lo observó darse la vuelta e ingresar al aeropuerto.

Sabía que con Horacio estaría bien, y, mientras tanto, él se encargaría de algunas cosas que le había encargado Volkov: vender la casa y almacenar algunas pertenencias que no había podido llevarse.

*****

— ¿En serio? — la voz sorprendida de Athenea retumbó en las paredes de la sala, mientras Horacio colocaba su dedo encima de sus propios labios y siseaba, indicándole que hiciera silencio.

— No quiero que Pam escuche — murmuró, dirigiendo su mirada hacia la puerta de la habitación y logrando visualizar a la pequeña ocupada con sus juguetes, regresando su mirada hacia la castaña.

— Lo siento, es que nunca imaginé que fueras a contratar a alguien a quien no has visto jamás en persona, y que encima se venga a vivir aquí — en su voz se notaba la emoción, pero sus palabras comenzaban a preocupar a Horacio, quien frunció el ceño, demostrándolo — ¡No, no! No digo que sea algo malo, si Greco lo recomendó, debe estar bien. Sabes que él es como un tío para Pam también.

— Lo sé, pero sigo preocupado. Debe llegar mañana cerca del medio día, y aún debo preparar la habitación de huéspedes y contárselo a Pam, quiero hacerlo lo menos repentino posible para ella —. Su amiga lo observó con preocupación, notaba el estrés en Horacio. — Pedí incluso permiso en el trabajo para salir antes e ir a buscarlo.

— Saldrá bien, Horacio. Si quieres, puedo ayudarte a decirle a Pam, a preparar la habitación de huéspedes, y hasta a ir a buscarlo mañana. Sabes que estoy aquí para lo que necesites —. La mirada suplicante del profesor contrariaba las palabras que salieron de su boca al responder.

— No podría pedirte eso, debes estar muy ocupada con el tema de la academia — Athenea tomó su mano, acariciándola suavemente.

— Te ayudaré — Horacio suspiró, sonriendo a medias — aunque no sé por qué tiene que venir tan pronto si yo me voy hasta el lunes, me quieres reemplazar antes de tiempo, eh — bromeó, intentando ayudar a Horacio a relajarse.

— Claro que no — rio — pero quiero tener aunque sea unos días de margen por si no resulta y tengo que contratar a alguien más.

— Mírate, tú siempre pensando en todo.

— No puedo tomar riesgos cuando se trata de Pam.

La pequeña salió de la habitación corriendo, casi como si hubiera escuchado su nombre ser pronunciado, aunque este no había sido el caso.

— ¡Papá! — se lanzó a los brazos de su padre, con los ojos inundados en lágrimas.

— ¿Qué pasa, cariño? — preguntó, comenzando a escanearla en búsqueda de posibles heridas mientras acomodaba suavemente su cabello.

— Se rompió, papá — le enseñó el juguete que tenía en la mano: un pequeño camión de bomberos, al que se le había desprendido la escalera que traía en un lado. Era uno de los juguetes favoritos de la niña.

— Tranquila, mi amor, lo repararé — tomó el juguete y lo dejó en la mesilla de centro, dejando libres las manos de su hija para que puedan abrazarse y consolarla.

La mirada de Athenea le sugería que hablara con la niña de una vez, quizá cambiar de tema la ayudaría a calmarse. Además, la castaña debía irse en un par de horas, que utilizarían para ordenar la que sería la habitación del ruso.

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